El poder, el dinero y otros factores del comportamiento humano están ligados a las características del patrimonio natural, lo modifican y pueden ser afectados por ellas.
Esta doble relación es negada por dogmas de derecha y de izquierda y esta negación debilita la sostenibilidad ecosistémica. Libros como el de Thomas Friedman titulado La tierra es plana consideran que las diferencias en las características regionales y locales del patrimonio natural son desdeñables ante el poder del crecimiento económico. Acemoglu y Robinson en su libro Por qué fracasan los países afirman que la geografía no es un factor importante cuando se trata de evaluar las diferencias en la prosperidad de las naciones. Buena parte de los argumentos en contra de la posibilidad de cambio climático se concentran en probar que es imposible que el comportamiento de los seres humanos afecte el clima. Aun cuando Marx profundizó en el estudio de estas interrelaciones, son muchos los tratadistas y políticos marxistas que desdeñan las diferencias entre los patrimonios naturales cuando estudian la posibilidad de lograr o consolidar la revolución.
Estas visiones del patrimonio natural como una constante desdeñable, y no como una variable fundamental, generalmente también olvidan o desdeñan otros factores del comportamiento humano que son objeto de estudio de las diferentes ramas de las ciencias humanas y sociales. Las ramas dominantes hoy en la economía, las ciencias políticas y sus diferentes maridajes, coinciden en una visión simplificada de los seres humanos, una visión en la cual todos los cambios importantes en el comportamiento se deben a la búsqueda, incansable y ciega, del poder o del dinero. Por eso no reconocen la importancia de las acciones guiadas por emociones fundamentadas en razones éticas o estéticas. Lo sagrado y lo sensual, según ellos, son despreciables y en esa categoría simplificadora entra también la naturaleza no humana.
Esas visiones simplistas de los economistas y los políticos generan gran parte de las crisis y las subversiones sociales. En un país como Colombia, organizado sobre un conjunto ecosistémico extremadamente complejo, esas simplezas tienen grandes costos; impulsar a todos a crecer sin límite, en todas las regiones y localidades, en desiertos, humedales, selvas y montañas, apoyados en el principio de la destrucción creativa, genera el fracaso personal y colectivo de la mayoría de los encandelillados y, sobre todo, destruye el patrimonio natural que debería sustentar la existencia de la Nación.