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Las teorías económicas en que se apoyan los Tratados de Libre Comercio adolecen de ceguera ambiental, no tienen en cuenta las características, físicas, biológicas, sociales, económicas y culturales del conjunto de socioecosistemas que estructura cada territorio.
Para los economistas que construyeron esas teorías, el mundo es plano, las sociedades deben ser iguales y todos los humanos son maximizadores de ingresos, ciegos a cualquier otro objetivo.
Para ellos son despreciables las diferencias en los climas, en las geologías, en los suelos, en las ecologías, en las historias, en las culturas, en las psicologías; todos podemos y, sobretodo, debemos competir. Para el pensador austriaco Shumpeter, quien escribió a principios del siglo pasado y para sus seguidores, para los constructores del neoliberalismo comercial, no importa cuántos fracasen en las competencias; el proceso debe continuar y la destrucción creativa de los ineficientes debe funcionar en todo el planeta para lograr una supuesta eficiencia global mediante el desarrollo tecnológico y sostenida por un ejército de desempleados que mantenga bajos los salarios.
En el caso del campo colombiano es ingenuo despreciar la complejidad de la estructura física y de los procesos biológicos que nos caracterizan. Lo saben todos los campesinos y muchos de los empresarios que han arriesgado sus capitales en las plantaciones y las ganaderías. La rentabilidad de la producción agropecuaria en Colombia depende de las irregularidades del clima, del manejo regional del agua, de la inclinación y el origen geológico de laderas y mesetas, de la presencia de las plagas tropicales, de la diversidad y el estado de deterioro de los suelos, todo esto sin hablar de nuestros procesos históricos, sociales, culturales y políticos también muy diferentes de los que reinaban en Europa cuando escribió Shumpeter.
Me dirán que yo también desprecio ingenuamente las posibilidades de la educación y el desarrollo tecnológico, soluciones a las que recurren quienes tratan de salvar la teoría del libre comercio. El problema es que esas soluciones no funcionan automáticamente al otro día de firmar los tratados, como lo demuestra lo que está sucediendo en los paros actuales. En un país que apenas trata de sanar las cicatrices de la guerra, del narcotráfico y de la corrupción masiva, mejorar la educación y desarrollarse tecnológicamente para poder competir con éxito con el resto del mundo en la industria y en la agricultura, no se logra en una sola generación.
*Julio Carrizosa
