Según un exalcalde de Bogotá, hay que urbanizar ya la Reserva Forestal del Norte porque en 2050 la ciudad tendrá más de 12.000.000 de habitantes y ocupará 83.000 hectáreas . Hay muchos que se alegran de esta predicción y no sobra aclarar por qué algunos la consideramos un augurio de desgracias económicas, sociales y ecológicas.
En lo económico, que la capital tenga cuatro millones más de habitantes significa que el país tendrá que aumentar los gastos para sostener una ciudad a 2.600 m sobre el nivel del mar y a cientos de kilómetros de los océanos: construyendo dobles calzadas para que sus productos lleguen a los mercados internacionales, consumiendo gasolina en subir y bajar a millones de gentes y provisiones, tratando de proporcionar agua y energía a esas alturas, comprando tierra y pagando arriendos a valores irracionales, deteriorando los presupuestos de todos los municipios de aguas abajo para limpiar las aguas negras de la capital.
En lo social, agregar cuatro millones de personas a la población de Bogotá implica someterlas al proceso humillante y segregacionista que han sufrido todos los que han llegado de la provincia. Fortalecer la exclusión y la estratificación que todos ellos conocen y que hoy constituye uno de los grandes obstáculos para la pacificación del país. La concentración de poder y riqueza en la capital no sólo acelera la fuga de cerebros de todo el país, sino que los contamina de sus malas tradiciones, del desdén, del odio y de la hipocresía que poco a poco se convierten en característica nacional y que están haciendo ingobernable a la ciudad por el maridaje triple entre el clasismo, el poder electorero y el dinero mal habido.
En lo ecológico, esos cuatro millones de habitantes adicionales reducirían a la mitad los suelos planos de primera y segunda clase que son producto de millones de años de historia geológica y climática y que constituyen la estructura ecológica de la Región Central y parte importantísima del patrimonio ecológico y económico de la Nación, del Distrito y, especialmente, de todos los municipios de la altiplanicie. Significaría que de la sabana de Bogotá, defendida por la ley y por la conciencia de quienes la conocemos, sólo quedarían unos pocos miles de hectáreas y su producción agropecuaria y su capacidad de proporcionar recreación material y espiritual estarían a pocos años de desaparecer.
Tal como lo proyecta el DANE, estos cambios fundamentales no son muy lejanos; los verán nuestros nietos. Lo insensato sería dejar crecer la población de la capital y de los cascos urbanos de la Sabana sin intentar nada para desacelerar ese proceso que, según la experiencia reciente, no sólo destruye ecosistemas valiosos sino que está conformando conglomerados segregados por odios raciales y sociales de muy difícil gobernabilidad y disminuyendo la posibilidad de que las inversiones estatales y privadas se utilicen para construir un país más equilibrado.