Retóricas, economía, ecosistemas y guerra

Julio Carrizosa Umaña
03 de octubre de 2017 - 03:00 a. m.

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La baja productividad económica en los complejos ecosistemas colombianos ha sido una de las causas de nuestras guerras.

Lo fue cuando, al iniciarse la década de 1940, los campesinos quebrados tuvieron que convertirse en burócratas municipales para sobrevivir y en 1947 fueron botados de sus puestos por ser liberales. Lo fue a principios de la década de 1960 cuando las crisis agraria e industrial condujeron a una crisis fiscal y a Lleras Camargo no le dieron fondos suficientes para continuar pagando sueldos en el programa de rehabilitación de los guerrilleros, entre estos el sueldo de Tirofijo. Sucede hoy cuando solo la condición de ilegalidad de la cocaína es capaz de proveer a los campesinos de ingresos suficientes para resistir las retóricas justicialistas de los extremos de la derecha y la izquierda; condición de ilegalidad surgida de la retórica nixoniana en contra de los hippies que atacaban la guerra de Vietnam.

Ilusionados por la retórica desarrollista, muchos especialistas niegan esa característica estructural de nuestros ecosistemas complejos y gobierno tras gobierno insisten en la posibilidad de que el campo salve la economía colombiana. Algunos en la izquierda los apoyan fundamentados en interpretaciones erróneas de las doctrinas intocables, ignorando la realidad de los estudios edafológicos, climáticos y ecológicos y despreciando las largas historias de los fracasos de campesinos y empresarios. Por lo anterior es que la pobreza rural sigue siendo el combustible que al contacto con la retórica capitalina inflama todas las guerras.

Hay soluciones, claro está, como las que están proponiendo pensadores neutrales en todo el mundo para reparar los daños causados por la corriente principal de la economía. Una de estas es la del filósofo e historiador holandés Rutger Bregman, quien acaba de publicar su libro Utopías para realistas, en el que plantea un ingreso básico universal, una semana de trabajo de 15 horas y un mundo sin fronteras.

Pensadores como Bauman, Pinker y Piketty han calificado este libro de “brillante”, “audaz”, “factible”, pero es evidente que está en contra de otra retórica, la de los economistas comprometidos con las reglas fiscales ignorantes de que en el campo puede lograrse el buen vivir sin tener que producir a pérdida y quebrar cada vez que fallan los suelos, aparecen las plagas, deja de llover o bajan los precios. Desafortunadamente en Colombia, al revés de lo que predica el papa, las ideas siempre han estado por encima de la realidad.

*Miembro de Paz Querida.

 

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