En 2004, la novelista Laura Restrepo y Ana Roda, escritora y gerente de literatura de Idartes (Instituto Distrital de las Artes de Bogotá), tuvieron una idea estúpida: imprimir millones de ejemplares de un centenar de títulos y ponerlos en 250 puntos de distribución en Bogotá para que la gente se los llevara para la casa sin pagar un peso, los leyera, se los prestara a un amigo y, Dios mediante, manos caritativas los regresaran al punto de distribución para que reiniciaran su ciclo de circulación.
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Los abogados de Idartes se alarmaron con sobradas razones y les advirtieron a estas delirantes mujeres que su «genialidad» sería un descomunal detrimento del patrimonio público que las llevaría a la cárcel cuando la gente se robara esos millones de libros. Súbitamente los ojos de Ana Roda se iluminaron con un brillo demencial y les dijo:
«¡Sería maravilloso, el pueblo robando libros, se imaginan!»
Los abogados la miraron estupefactos.
Entonces Ana Roda se acomodó las gafas, recuperó en segundos su personalidad gerencial y jurisperita y disparó: «La lectura es un derecho de todos y debe estar al alcance de todos».
Los abogados palidecieron.
Así nació «Libro al viento», un programa que ha publicado 180 títulos en papel con un tiraje total de 5,7 millones de ejemplares, los 100 títulos digitalizados tienen 1,4 millones de descargas y la idea ha sido copiada en 35 ciudades del mundo.
Moraleja: los abogados son sujetos sensatos; las locas, esféricamente bellas.
El año pasado, Ana Roda asistió virtualmente al taller de escritura presencial y virtual de Comfandi que oriento desde Cali con la poeta Betsimar Sepúlveda. Me asustó verla en pantalla, qué podemos enseñarle nosotros a este monstruo alado, pensé. En efecto, fue más lo que aprendimos de ella, y todos de todos, como debe ser un taller de creación colectiva, no un templo donde un gurú ilumina a su grey.
Y juntos aprendimos (o recordamos, como diría Platón) que la poesía es una forma del tiempo, amiga del misterio, enemiga de la obviedad, o «el arte de jugar a las escondidas con los ángeles»; que «relato» no es un género sino una sombrilla que abarca al cuento, la novela, el drama y el chisme; que el cuento es una forma de la felicidad inventada una noche alrededor del fuego en una caverna hace medio millón de años; que el alma del cuento es la tensión y su protagonista el argumento; que ambos, cuento y poesía, la van bien con el ingenio pero igual pueden ocuparse de cosas sencillas (el arte es esa Ítaca de verde eternidad, no de prodigios, dijo el prodigioso Borges); hablaremos de dos ramas del ensayo literario: el ensayo de divulgación, la letra indagando al número, la prosa como una mensajera cordial que nos trae noticias de los genios, y la crítica literaria, ese tarot de la ficción, literatura sobre la literatura, un cálculo que quiere ser poema, una manera de escuchar con ojos ajenos y descubrir en el texto sentidos que ni su autor previó.
Ana Roda visita hoy nuestro Taller de Escritura Comfandi (estoy nervioso, no quiero hacer papelones como el que cometí la primera vez, cuando llegó a mi taller y pensé que ella era simplemente la hija de un artista famoso. Otro día les contaré esta vergüenza). Hoy viene a clausurar un ciclo del taller. Ojalá acepte volver como escritora invitada en algún momento del nuevo ciclo que iniciamos el 16 de agosto, cuando volveremos a lidiar con esas criaturas frágiles y eternas, las palabras.
Nota. En la teoría literaria II, o poética, se destila muy bien la malaleche. Dos ejemplos:
«El artista es el criminal; el crítico, apenas el detective». Philip K. Dick.
«Toda la poesía mala es sincera». Wystan Hugh Auden.