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Estuve en La Habana visitando la feria del libro más pobre del mundo. Pocos escritores invitados, pocos títulos, pero también la feria más linda: había libros desde un centavo de dólar ó 40 COP hasta los más caros, los de tapa dura de Monteávila, digamos, 4.000 COP; de manera que un estudiante cubano podía salir de la feria con muchos libros en su morral.
La situación económica es crítica, todo escasea, hasta las jineteras, vi muy pocas y ninguna de ellas me vio a mí, o quizá sí, pero como tengo más pinta de escritor que de turista alemán ninguna se me insinuó. Otra vez será…
Con todo, el cubano conjuga muy bien el verbo nacional: resolver. Entonces cambia el paquete de cigarrillos de su racionamiento por dos libras de arroz, o tornea en el taller del vecino un viejo trozo de acero soviético y fabrica la pieza que le falta a su reluciente Cadillac rojo y blanco de 1959, o desarrolla la cuarta vacuna cubana contra el covid, o se las arreglan para seguir siendo una potencia mundial del deporte y tener los mejores programas de salud preventiva del planeta.
La Habana es una ciudad más segura que Washington. Nadie atraca allí… claro que no hay muchos cubanos asaltables.
Los cubanos son políticos ecuánimes. Cuando se les pregunta por las causas de la crisis, responden sin titubear: el bloqueo y la mala administración. Y es verdad. Los Castro y su pelele actual son un fiasco histórico.
Con ligeras diferencias de matiz, todos los presidentes estadounidenses han sido mezquinos con Cuba, pero Trump romperá todas las marcas. En menos de dos meses ya ha impuesto (o incubado de manera soterrada) muchas medidas perversas, restringido las visas a los científicos y a los deportistas cubanos, el acceso de sus académicos a las investigaciones norteamericanas sobre la IA y lanzado amenazas a las empresas que tramitan las remesas hacia Cuba, la principal fuente de ingresos de los cubanos.
Cuba es una bella paradoja social. Es un país pobre cuyos índices criminales son bajísimos, su civilidad y sentido de pertenencia son tan altos como los del Japón y la cohesión de su tejido social es conmovedora.
En una historia que lleva milenios buscando «la fórmula perfecta» de administración de la cosa pública en la esclavitud, el feudalismo y el mercantilismo, que ha confiado en vano en la «sabiduría» de la sangre de los monarcas, en el «equilibrio» de los parlamentos y en la «inteligencia» de los mercados, en un mundo donde el comunismo fracasó y el capitalismo vacila, Cuba debería ser un laboratorio social cuidado celosamente por el mundo entero. Seguir asfixiando la Isla como si aún estuviéramos en la Guerra Fría es una política que mezcla paranoia, babas y malparidez.
Si por un milagro Cuba se librara de la tara de los Castro, si pudiera «resolver» y negociar libremente con el mundo y vender los activos de su enorme capital intelectual y humano mediante convenios de canje internacional, podríamos ver allí qué puede conseguir un pueblo hermoso y singular cuando avanza sin lastres internos como los de la secta castrista ni lastres externos como la injerencia norteamericana.
No pido que le regalen nada a Cuba, solo que no la jodan. Es probable que allí esté el germen de un híbrido político-económico tan exitoso como el modelo chino, una variante que conjugue de manera armónica el vigor de la economía de mercado con el equilibrio de la economía social de mercado, más un factor invaluable: el enorme capital social del pueblo cubano.
Se regresa de Cuba con la nostalgia de haber pasado unos días libre del frenesí de la publicidad y del consumismo y de las fricciones de las clases sociales. Se regresa con la gratitud de vivir una experiencia espiritual preciosa y con el temor de que se destruya un laboratorio social irrepetible.
