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El alfabeto de Lucía

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Julio César Londoño
04 de octubre de 2025 - 04:59 p. m.
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Una niña juega bajo la mesa del comedor de su casa, una gran mesa de diez puestos construida por su padre, carpintero acomodado, un migrante italiano que llegó a Colombia con una mano adelante y otra atrás pero hizo fortuna en algún pueblo de Santander.

Es una cena de familia y vecinos. La niña debía estar comiendo en la cocina, exiliada con sus hermanos, pero hoy está allí, bajo el gran tablero, amurallada entre las faldas del largo mantel tejido por la abuela. Conoce muy bien los zapatos de los comensales, los finos tacones de la tía Victoria, las botas recias de su padre, las sandalias coquetas de una vecina y en seguida los sencillos zapatos de su esposo, relucientes por el betún de la decencia.

«Una noche vi a la vecina, que iba a misa todos los días, y que estaba sentada entre su esposo y mi padre, cuando ponía su mano sobre la pierna de mi padre y esperaba a que la mano de él la cubriera. Así pasaban largos ratos mientras mamá iba y venía de la cocina trayendo postres y café mientras yo contenía la urgencia de separar esas dos manos.

»Varias veces vi un sobre blanco que pasaba de la mano de mi padre a la mano de la vecina, que había enviudado recientemente. Un día tuve el sobre entre mis manos, mientras la mano temblorosa de ella lo esperaba debajo del mantel. No pude retenerlo, esa mano lo imploraba.

«Los secretos de un mundo amurallado quedaron allí revelados para mis ojos curiosos que ahora sabían que hay un mundo arriba y otro debajo de las mesas».

La parquedad de esta crónica es pasmosa. No me explico cómo diablos logró Lucía Donadío decir tantas cosas en una página y que sintamos los celos de la niña, el erotismo de esas manos que se buscan bajo la mesa en las narices de los cónyuges burlados, la pobreza de la viuda, sus manos ya no eróticas, solo urgentes, el dramático instante en que el sobre es interceptado por la niña.

Otra pieza de Alfabeto de infancia, el libro de la niña de la mesa, es Carpintería. Ahora la niña nos habla de su padre, un señor más seco que las maderas de su taller.

«Sentía tu olor a madera desde antes que entraras a la casa. Como el aroma de las flores, me llegaba tu olor antes que tu cuerpo sudoroso que se abalanzaba sobre la jarra de agua. Regresabas de la carpintería bañado en polvo de mieles, con tus cabellos espolvoreados de bronce rojizo, y yo, que te había esperado por horas, no podía abrazarte porque me ensuciaba el uniforme. Corría a tu cuarto a traerte las pantuflas, a veces recibía el codiciado beso de gratitud y otras veces yo te besaba probando con la yema de mis dedos una pizca del polvo de madera que cubría tu ropa.

»Entrar a la carpintería estaba prohibido para los menores por el peligro de las máquinas y por nuestras manos traviesas que cambiaban de sitio herramientas y maderos. Yo cometía la osadía de atravesar el enorme solar al final de la tarde, cuando las sombras comenzaban a reinar, y mamá, perdida en la cocina, no notaba mi ausencia.

»Caminaba sigilosa entre árboles oscuros hasta llegar a la ventana de la carpintería. Desde allí te admiraba embebido en tus labores, esperando que me descubrieras y me dejaras entrar. Llegaba la noche y yo, firme como un lucero, seguía mirándote. No sentías mi respiración frágil, ni mi llanto ahogado. Tus ojos eran todos para la madera. Entonces regresaba a casa soñando con ser un pedazo de madera para que me acariciaran tus manos firmes».

Subgénero exquisito, el reproche de amor le ha dejado a la literatura epistolar páginas tan memorables como las Cartas al padre de Kafka, El último encuentro de Sándor Marai o este tango mejicano de Juan José Arreola: «La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de las apariciones».

Carpintería es un reproche tan delicado que siempre me produce la misma sensación, una envidia invencible y malsana. Su belleza eclipsa incluso al epígrafe de Neruda que le puso Lucía: «Yo llevo por el mundo en mi cuerpo, en mi ropa, aroma de aserradero, olor de tabla roja».

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Elizabeth(21332)06 de octubre de 2025 - 11:38 p. m.
Siento a tambor de hojalata de Günter Grass, en el mundo de arriba y el debajo de la mesa.
Julián(2048)05 de octubre de 2025 - 07:39 p. m.
Una exquisitez de prosa que lo sumerge en el encanto del relato de esa literatura que siempre sabe ilustra bellamente este apreciado columnista, Julio César.
Cesar(18765)05 de octubre de 2025 - 12:13 p. m.
Felicitaciones dobles apreciado Julio César: por esta bella reseña y tu merecido doctorado en literatura. Abrazo fraterno
FRANCISCO MONCADA(33050)04 de octubre de 2025 - 11:47 p. m.
De los libros refenciados de literatura epistolar le agrego uno de Marguerite Yourcenar: Alexis, o el tratado del inútil combate....
Alberto Rincón Cerón(3788)04 de octubre de 2025 - 10:07 p. m.
Uff, Impactante. Gracias.
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