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Pese a su rancio oficialismo, El Tiempo ha sido siempre el primer diario del país. Es una institución, para decir de una vez palabras fatales. Se sabe que su entonces director Hernando Santos advertía a los columnistas: “Es muy rico comer presidente, mijitos, pero tengan cuidado, de pronto se nos cae encima”.
Los conflictos de intereses del diario se agudizaron cuando los muchachos de la casa, Juan Manuel y Francisco, ocuparon altos cargos. No hay consejo de redacción, por oficialista que sea, que aguante las presiones de un mindefensa y un vicepresidente (2002-2010) y luego del presidente en persona (2010-2018). Para completar el cuadro, Sarmiento Angulo compró el diario en 2012.
Mientras el país fue rojo y azul, El Tiempo fue fucsia, el color del equilibrio, pero la llegada de un gobierno de centroizquierda “le midió el aceite” al oráculo de la prensa nacional. Hoy, el fanatismo de El Tiempo es patético. Veamos tres ejemplos recientes.
En el artículo “Los efectos de las múltiples tormentas que afectan al Gobierno” (14/01/2024) el diario analiza los escándalos de Nicolás Petro, el “séquito” de Verónica Alcocer y el presunto acoso laboral cometido por Hollman Morris. La nota recoge siete opiniones, seis voces de la oposición y solo una del Gobierno.
El domingo pasado el diario tituló “El presidente radicaliza su discurso contra procesos de Fiscalía y Procuraduría”. La nota alude a la suspensión de Álvaro Leyva por la Procuraduría y al allanamiento de Fecode por parte de la Fiscalía. En el recuadro anexo hay solo dos voces, ambas de la oposición. Juan Camilo Restrepo pide respeto a las instituciones e invita a mantener la cabeza fría, mientras llama “termocefálico” al presidente.
Humberto de la Calle insiste en el cuidado de la institucionalidad y deja en claro dónde está en peligro: “El presidente alienta una revolución callejera”.
Contra la también “termocefálica” cabeza de Barbosa, ni el diario ni los dos ilustres personajes dicen una palabra. Ni equilibrio, ni contexto, ni antecedentes. Petro es paranoico, el país es perfecto. (En el caso de Leyva la Procuraduría tiene razón).
Las columnas del mismo domingo (de todos los domingos) son monotemáticas: Petro es un agujero negro. La columna de María Isabel Rueda se titula “El golpe blando de Petro”. La de Germán Vargas, “Las petrogiras”. Mauricio Vargas censura, con toda razón, el silencio de Petro y Leyva sobre el atropello del Cartel de los Soles contra María Corina Machado. Thierry Ways tituló la suya “El gabinete en llamas” y Néstor Humberto Martínez (o “cianuro espumoso”, como lo llama el insolente Héctor Abad) critica la política económica del Gobierno. El editorial del periódico invita al Gobierno a no presionar a la Corte Suprema en los tiempos de la elección de la nueva fiscal. Está muy bien, ¿pero dice algo sobre el riesgo de la interinidad del cargo o sobre la cuestionadísima vicefiscal Mancera? Nada. Silencio. De pronto la nueva Fiscalía nos cae encima, mijitos.
De las seis columnas, cinco estaban enfiladas contra Petro o contra el Gobierno, y no fue un domingo excepcional.
Las páginas editoriales nacieron justamente como un espacio para la pluralidad política y la opinión, en especial para la opinión contraria a la línea del periódico, que tiene todas las demás secciones para hacer todo el proselitismo que quiera.
Por respeto a la inteligencia de los lectores, no analizaré la calidad de medios tan inferiores a El Tiempo como RCN y Semana.
Pregunta ingenua: ¿pensarán los dueños de los medios en lo criminal que resulta distorsionar la información en un país cuya cultura política es precaria o piensan solo en atizar la hoguera y recuperar la teta pública al costo que sea?