De la escritura lo sabemos todo. Sabemos cuándo los dibujos se simplificaron en símbolos (una pata era la “paloma” y un cetro, el “faraón”). Luego alguien concibió los silabarios y un fenicio los partió, inventó las letras, representaciones gráficas de los fonemas, brevísimos instrumentos sonoros, y con ellas hizo el alfabeto, ese puñado de signos que es capaz de nombrarlo todo.
Ayudó mucho que la palabra escrita tuviera un soporte memorioso: la piedra no olvida nada. Todo lo que en ella se imprime, fósil, palabra, cifra o dibujo, queda escrito para siempre. Con el lenguaje oral es distinto. “Las palabras son del aire y...
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