El plebiscito venezolano, asunto de vida o muerte

Julio César Londoño
15 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Hugo Chávez adoraba las elecciones. Ganó ocho de las nueve en que participó. Tenía apoyo popular, dólares y carisma. A Nicolás Maduro le producen pánico. Solo tiene armas. Ganó la elección presidencial del 2013 porque el cadáver de Chávez aún estaba caliente. Después no volvió a ver una. En diciembre de 2014 el precio del petróleo se derrumbó. En las elecciones de diciembre de 2015 la oposición le dio una paliza al régimen y controló la Asamblea Nacional (AN). En enero de 2016 el régimen quiso imponer una asamblea paralela (mañas del finado), pero la cosa no cuajó. Luego la oposición organizó un referendo revocatorio contra el presidente, pero el régimen interpuso mil trabas y dilaciones. En octubre de 2016, cuando todo estaba listo, Maduro salió con la patética: “No habrá referendo porque no hay plata para financiarlo”, dijo, y canceló de paso, con el mismo argumento, la elección de gobernadores que estaba programada para enero de 2017. Dos pájaros con un solo tiro.

El 29 de marzo, el Tribunal Supremo de Justicia disolvió de un plumazo la (AN). Fue la gota que rebosó la taza. La oposición, la fiscal general, la Iglesia Católica, el Parlamento Europeo y la ONU condenaron lo que se calificó como un “golpe de Estado”. La gente se botó a la calle y ahí sigue, 115 días después, pese a las decenas de manifestantes asesinados por la Guardia Nacional y los colectivos paramilitares.

Para redondear la faena, el chavista Maduro convoca para el 30 de julio la elección de una Asamblea Constituyente que modifique la Constitución de Chávez de 1999, remplace los diputados elegidos en diciembre de 2015 y borre cualquier vestigio de democracia que sobreviva luego de 18 años de credo chavista, “mano negra”, chequera petrolera, imperios económicos para los generales y “leyes habilitantes” para el Ejecutivo.

Las bases comiciales y las reglas de juego de la asamblea de Maduro fueron diseñadas por un comité presidido por Cilia Flores de Maduro. Sus 11 miembros son del Psuv, el partido de gobierno. Esta asamblea tendrá 545 curules y más de la mitad están amarradas: hay “circunscripciones sectoriales”, que le aseguran por lo menos 250 curules a la gente del Psuv y a sus organizaciones de base, y “circunscripciones territoriales”, que le asignan mayor número de curules a los estados donde el chavismo es fuerte.

La oposición respondió con un movimiento audaz: convocó para mañana domingo a un plebiscito contra la constituyente de Maduro. Nervioso, el régimen ripostó con los recursos clásicos de los déspotas: censura, trampas y terrorismo. Emitió un decreto que prohíbe a los medios publicitar el plebiscito, está regalando cámaras para que “los ojos del pueblo” tomen fotos en los puestos de votación, y programó para mañana, coincidencialmente, un simulacro de las elecciones para la constituyente. Así, todos los empleados del gobierno, más de un millón de funcionarios, jueces, médicos y maestros, serán jurados de votación del simulacro y no podrán votar el plebiscito.

A pesar de todo, se da por descontado que el Psuv sufrirá una paliza peor que la de diciembre de 2015, cuando el régimen era menos fétido que ahora.

El plebiscito rechaza la Constituyente y exige elecciones libres, la formación de un gobierno de unión nacional, la restitución del orden constitucional y el respeto a la Asamblea y a la Constitución del 99.

Los venezolanos residentes en Colombia podrán votar, incluso con pasaportes vencidos, en Bucaramanga, Cúcuta, Medellín, Barranquilla, Cartagena y Cúcuta en los “puntos soberanos” anotados al final del artículo (http://bit.ly/2taxXFr).

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