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NO HUBO UN GANADOR CLARO EN EL debate del jueves, pero sí un gran perdedor: Santos.
A pesar de su bagaje político y la validez de algunos de sus argumentos, no pudo defender al tiempo las espaldas del Presidente, su rol de candidato y su responsabilidad como funcionario de un gobierno con el sol a la espalda.
Contra la corrupción, los candidatos propusieron más leyes, más organismos de control, penas más severas. Mockus insistió en que ya había suficientes leyes, organismos y penas, pero que no servirán de nada mientras exista la “cultura del atajo”, mientras no contemos con funcionarios probos y cunda desde arriba el mal ejemplo.
Santos perdió incluso en su fuerte, la economía. Cuando Antanas propuso el aumento de impuestos para subsanar el déficit de nuestra economía, Santos alegó que la medida desestimularía la inversión y aumentaría el desempleo, pero Antanas le recordó los altos impuestos que se pagan en los países nórdicos y el caso de Brasil, donde se pagan más impuestos que en Colombia. La inversión se puede estimular, agregó, ofreciendo garantías en infraestructura, tecnología, estabilidad y transparencia.
Todos los candidatos cuestionaron a Santos. Le enrostraron otra vez la infamia de los falsos positivos (Vargas Lleras habló del “patrón” que siguen estos casos, según la ONU) y los recientes informes de la Fiscalía, que revelan la existencia de una campaña orquestada entre el DAS y la Casa de Nariño para desprestigiar a la Corte Suprema; le recordaron la cantidad de ministros, embajadores, gerentes, secretarios y hasta parientes del Presidente involucrados en escándalos de corrupción; las decenas de senadores de su bancada tras las rejas por la parapolítica y los mediocres resultados en vivienda, empleo, salud, vías, seguridad urbana, calidad de la educación y relaciones internacionales.
Pero lo más sorprendente fue que se formularan acusaciones tan graves en un tono más perplejo que pugnaz. Era como si Petro, Vargas Lleras, Pardo, Sanín y Mockus aún no entendieran cómo pudo Álvaro Uribe desperdiciar semejante oportunidad para cambiar la historia del país; cómo pudo jugar, con semejantes cartas (conocimiento del país, capacidad de trabajo, mística, popularidad, bonanza, éxitos contra las Farc, apoyo de los medios y los industriales, mayorías parlamentarias), una partida tan desastrosa.
Nadie sabe qué pasará mañana, pero, mientras tanto, soñaré con un triunfo de los verdes, porque entre Mockus, Fajardo, Peñalosa y Lucho Garzón, suman veinte años (¡veinte años!) de administraciones transparentes y exitosas. Quiero vivir, desde el 7 de agosto, en un país donde Peñalosa reinvente las ciudades, esos artefactos donde sueña, suda y construye su futuro el 80% de la población colombiana; un país en el que Lucho Garzón nos recuerde siempre que la indiferencia es una actitud criminal, que la solidaridad es la ternura de los pueblos; un país donde Fajardo nos enseñe cómo construir empresas públicas sólidas y cómo la presencia del Estado les devuelve la dignidad a los habitantes de las regiones y los barrios más deprimidos; y todo bajo la batuta de Mockus, el único líder de la historia de Colombia que le ha apostado su alma a la educación, el hombre que tiene la experiencia ejecutiva, la panorámica filosófica, la vocación pedagógica y los principios éticos necesarios para dirigir la reconstrucción de un país que ha perdido su norte. No digo que los verdes resolverán los ene entuertos que nos han dejado decenios de administraciones mezquinas. Digo, sí, que su elegante y creativo movimiento ha sido capaz de activar el sistema inmunológico del país, de vencer la apatía política de los jóvenes, de convocar a los mejores hombres y mujeres de Colombia, de sacar lo mejor de nuestra voluntad y lo mejor de nuestras reservas intelectuales y morales, para ponerle fin a esta horrible noche e iniciar la era de la reconstrucción nacional.
