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Eln federal

Julio César Londoño

19 de febrero de 2022 - 12:30 a. m.

El Eln tiene singularidades que complican las negociaciones de paz. Fue fundado por unos sacerdotes españoles que decidieron empuñar las armas en vista de que la justicia divina cojeaba más que la justicia secular. Pertenecían a un sector de la Iglesia católica de los años 60 que era impaciente y francamente rojo: «teología de la liberación» era el combativo nombre de la filosofía que inspiraba a estos sacerdotes, comprometidos hasta el clériman con los problemas sociales.

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En los años 80, el cura Manuel Pérez, comandante del grupo, decidió que el Eln no participaría en el pujante negocio del narcotráfico porque la cocaína era algo muy nocivo para la juventud, y que en cambio secuestraría civiles, un pecadillo menor en el catecismo de la teología elena.

Pero lo que más complica las negociaciones es su estructura. En el Eln los frentes son muy autónomos, de manera que hay una cierta horizontalidad en sus líneas de mando. Como si esto fuera poco, el suculento portafolio de negocios que manejan refuerza esta suerte de «federalismo elénico». El Eln controla rutas de narcotráfico hacia el Océano Pacífico en Cauca y Nariño, expide «licencias» de explotación minera en Chocó y en el Urabá, y lo controla todo en la frontera con Venezuela, especialmente en los ríos, las trochas y las carreteras que cruzan la frontera en Arauca y Norte de Santander. El Eln tiene retenes al lado de acá de la frontera, y «alcabalas» del otro lado, que conforman la tupida red de recaudadores de «impuestos» (paramilitares, disidentes de las Farc, bacrimes, clanes y funcionarios colombianos y venezolanos) que debe sortear todo el que quiera pasar, hacia allá o hacia acá, vacas, mujeres, alimentos, medicinas, drogas, acetona, gasolina o migrantes.

Es por esto que una negociación con el Eln resulta una empresa utópica. Y estas mismas razones son las que explican por qué siempre, en medio de las negociaciones, los elenos secuestran civiles o explotan una bomba en un cuartel. Son siempre, ténganlo por seguro, bombas tramadas en los campamentos elenos del Chocó o del sur o del nororiente del país.

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Añádase al cuadro que los generales del Ejército son por definición (y por sus intereses en un amplio espectro de negocios) refractarios a la paz. Es comprensible. «Paz» y «ejército» son vocablos antónimos. El triunfo de la paz significa el fin de los ejércitos.

Añádase que las dos facciones del partido de gobierno colaboran muy poco. Para la facción radical del Centro Democrático, integrada por los «Trizas» y los «Uribeños», la palabra «paz» tiene un sello maldito, Santos (cuando no pueden evitarla, los comunicados ministeriales le añaden un sustantivo que la exorciza: «paz con legalidad»). Y la facción «mamerta» del gobierno, desenmascarada por la senadora Cabal y liderada personalmente por el presidente Duque, colabora menos que los «Trizas» y los «Uribeños»: el presidente lleva meses insistiendo en que Cuba, país anfitrión y garante de las negociaciones con el Eln, le entregue al gobierno colombiano los negociadores de la guerrilla (¿¡!?). Es como pedir las cabezas de los elenos para negociar con los elenos.

P.S.1. El Eln no va a soltar sus estupendos negocios paraestatales por un pinche puñado de curules. Y el gobierno no agitará banderas blancas justo ahora, cuando el presidente tiene una desaprobación del 83 % y cifra todas sus esperanzas en asestarle un golpe mortal al Eln, o en una gran ofensiva de tanques y tropas sobre Venezuela para devolverle la democracia al pueblo hermano, o en la redacción de un penultimátum enérgico a Putin para que Rusia cese ya sus ejercicios bélicos en la frontera ucraniana.

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