Jesús Pantoja, escritor y economista de la Universidad del Valle, lanza Los más grandes farsantes de la historia, un libro bien escrito y lleno de sorpresas. Por ejemplo: hay dos santa Teresa de Calcuta: la religiosa beatificada por Wojtyla en 2003, canonizada por Francisco en 2016 y “nobelizada” en 1979 por su titánico trabajo contra el monstruo del hambre, y la otra Teresa, la monja menudita y vivaz de la que siempre recelé. Es demasiado fea, pensaba yo. El libro confirmó mis corazonadas.
Dice Pantoja (jesuspantojat@yahoo.es) que los albergues de la santa eran morideros sucios donde reciclaban inyectores plásticos y drogas vencidas, lavaban las sábanas en los lavaplatos y la comida era pésima pese a las millonarias donaciones que recibía la fundación de la santa.
Christopher Hitchens y Martín Caparrós la tildaron de vividora y de recibir donaciones de sujetos tan discutibles como Nene Doc Duvalier y el estafador Charles Keating.
Teresa fue recibida con honores en decenas de países y con claros clarines en el Cielo en 1997. Siguiendo instrucciones suyas, su correspondencia fue incinerada. Parece que murió en las tinieblas de la duda: “¿Qué se hizo mi fe? En el fondo sólo hay vacío y oscuridad... si Dios existe, ojalá me perdone”.
Sigue a El Espectador en WhatsAppEl caso de Hans Niemann es de no creer. Niemann es uno de los mejores ajedrecistas del mundo pero su honor está en entredicho porque su escalafón ha crecido muy rápido y porque él mismo confesó que hizo trampas en torneos online, “pero nunca en ajedrez presencial”. Su movimiento más sospechoso fue derrotar al campeón mundial Magnus Carlsen el año pasado jugando velozmente una variante rara de la defensa nimzo-india. Elon Musk, el presidente de Tesla, cree que el secreto está en el ano de Niemann, donde unas recónditas bolas chinas recibirían las señales eléctricas que le transmiten las jugadas que le “sopla” un talentoso motor de búsqueda, un invencible morse anal que dista mucho de la conducta de un caballero recto. Por su culpa, los ajedrecistas tendrán que someterse ahora a chequeos demasiado prosaicos para el elegante mundo del “juego ciencia”.
En el capítulo “Thomas Alva Edison, un inventor no tan luminoso”, nos enteramos de que Edison no inventó la bombilla eléctrica, ni el cinematógrafo, ni la silla eléctrica, ni le pagó a Nicola Tesla los US$50.000 que le debía por rediseñar su ineficiente sistema de corriente continua.
Nada se le escapa a Pantoja. En “El fraude electoral de 1970”, analiza el juego de manos del presidente Carlos Lleras Restrepo para robarle las elecciones a Gustavo Rojas Pinilla y entregarle la presidencia a Misael Pastrana, de manera que uno ya no sabe si Lleras fue el estadista que nos salvó de un chafarote populista o el estafador que nos condenó al pastranismo y a las UPAC, el terremoto que le tumbó cientos de miles de casas al pueblo colombiano.
Por las páginas del libro desfilan también O. J. Simpson, una lección sobre cómo destripar a la exesposa y a la coscofia del amante; la invasión a Irak; Lobsang Rampa, el inventor mundial del tercer ojo (¡quién no soñó con ese poder!); la pastorcita Piraquive y la papisa Juana, entre otros farsantes notables de la historia. Son figuras apasionantes por sí mismas, pero lo mejor es la manera como Pantoja traza los perfiles y desarrolla los relatos con un vaivén preciso entre la crónica y el ensayo. Es puro caviar.
Neurótico y nerdo, Pantoja también es matemático, conoce muy bien la teoría de juegos y un texto suyo, Las bellas artes de la estafa, analiza de manera exquisita El timo como una ciencia exacta, el célebre ensayo de Poe. El libro no está en librerías (ya les dije que es neurótico), solo en Amazon y, en papel, en el cubículo del autor.