Gabriel Gilinski, un alquimista invertido

Julio César Londoño
18 de abril de 2020 - 05:00 a. m.
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Supongo que los Gilinski, accionistas mayoritarios de Publicaciones Semana, pueden suspender la publicación de sus revistas y botar a 250 empleados por Whatsapp. Pero les queda mal utilizar la revista para vengarse del Grupo Prisa, dueño de W Radio, la emisora que divulgó la crisis de Semana. Y les queda peor botar a Daniel Coronell por denunciar esta vendetta.

Cuando se les pregunta, los señores simples opinan como las putas sin carácter: “Coronell se equivocó, pateó la lonchera”. Se equivocan; Coronell había vuelto a la revista con la única condición de que le respetaran su independencia. Pero no se la respetaron, muy al estilo de los Gilinski, que también violaron la promesa de no interferir en los contenidos de la revista y dejaron pintados en la pared a Felipe López, el Altísimo de la revista, y a Alejandro Santos, el director, llamémoslo así.

La razón de ser de los columnistas es justamente su independencia, la libertad para apartarse de la línea editorial del medio. Los diarios serios, como The New York Times, Le Monde, Clarín o El Espectador, tienen espacios exclusivos para la autocrítica.

Hace un año, cuando Coronell denunció que Semana había engavetado una investigación sobre un intento de reedición del genocidio de los “falsos positivos”, la revista dio explicaciones a sus lectores y al país e incluso desengavetó una parte del pestilente archivo, el macabro “dossier Nicacio”. Pero esta vez la revista no se tomó la molestia. ¿Le dará el joven Gabriel Gilinski explicaciones al rabí de la familia, que las transmitirá a esa potencia irascible que truena en las páginas de la Torá?

El principito Gabriel Gilinski puede admirar a líderes de derecha, sí, ¿pero tienen que ser los peores, sujetos como Trump, Johnson y Bolsonaro? Puede soñar con corporaciones de medios que facturan miles de millones de dólares al año, ¿pero tienen que ser Fox, la de The Sun y el extinto News of the World, los pasquines más infames de la historia del amarillismo?

Uno se hace otras preguntas: si Gilinski quería una revista de ultraderecha, ¿para qué comprar una revista de corte liberal? ¿No era más barato hacer una nueva con María Isabel Rueda, Alejandra Azcárate, José Obdulio, Gurisatti y Yamhure? Y con Plinio Apuleyo Mendoza, si la quería con mucho estilo. ¿La compró solo para quebrarla? ¡De verdad piensa que los que la leíamos por Coronell, Samper Ospina, León Valencia y Antonio Caballero vamos a madrugar ahora a leer a Vicky Dávila, Luis Carlos Vélez y un señor Ricardo Ortega! (¿O será Eduardo?).

Acepto que la revista necesitaba balancear su equipo de columnistas (estaba muy cargado a la izquierda) y que el enganche de Salud Hernández es acertado. Es guerrera, inclasificable y escribe muy bien. Pero las otras “importaciones” son absolutamente ilegibles.

Semana fue siempre un referente latinoamericano de independencia y buen periodismo. En sus páginas los colombianos encontrábamos información equilibrada y columnistas que nos ayudaron a pensar el país con agudeza y lucidez. Hoy, es una caricatura de revista.

El cierre de Arcadia no es menos trágico. Era la única revista nacional que tenía buen tiraje y hacía periodismo cultural con enfoque político. El despido de su exigua y talentosa nómina prueba que este cierre es otra vendetta de Gilinski Fox, principito patán, alquimista despistado que fue capaz de convertir en mierda el oro.

Cierre. Hacer una revista para la extrema derecha (o izquierda) es una empresa tonta porque los fanáticos no leen nada, son “hombres de un solo libro”, la Biblia o el Corán, Mi lucha o el Pequeño libro rojo, obras que tampoco leen: se limitan a adorarlas como a un fetiche sagrado.

 

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