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La piedra en el mundo

Julio César Londoño

11 de octubre de 2025 - 02:35 p. m.
“La historia se escribió en piedra millones de años antes de la invención de la escritura”: Julio César Londoño
Foto: EFE - Ministerio de Cultura y Turismo de Turquía

La piedra es un símbolo de fortaleza. «Tú eres Pedro [de petrus, piedra] y sobre esta piedra edificaré mi iglesia». Siguiendo la misma idea, Borges escribió: «Nada se construye sobre la piedra, todo se construye sobre la arena pero es nuestro deber construir como si fuera piedra la arena».

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La historia se escribió en piedra millones de años antes de la invención de la escritura. A las primeras frases las llamamos hoy fósiles y fueron posibles porque la piedra no olvida nada nunca. Es el mejor soporte. El soporte. Las primeras construcciones humanas fueron los cortavientos, unos muros curvos hechos con piedras arrumadas en las llanuras para protegerse de las corrientes heladas del invierno. El alba de la civilización empieza con un código de derecho escrito sobre un monolito de diorita de dos metros de altura, la estela de Hammurabi. Sobre panes de barro cocidos al sol de Babilonia se estampó la primera escritura simbólica, la primera nomenclatura numérica de posición (unidades, decenas, centenas…) y los primeros registros exactos de las órbitas de los astros. Sobre tabletas de piedra presentó Moisés a su pueblo el decálogo del irascible Jehová. Los musulmanes se postran cada año ante un meteorito negro al que le piden mujeres y explosivos, ¡y el meteorito les concede esas inflamables sustancias!

En el Medioevo, los médicos hurgaban con entusiasmo en los cerebros de los locos en busca de «la piedra de la locura». Ahora nos sonreímos, claro, pero aún decimos «le sacó la piedra», para referirnos a crisis de ira o a furores uterinos. Los alquimistas perseguían la piedra filosofal, un catalizador clave en la trasmutación de los metales y en la destilación de una pócima conocida como el elíxir de la eterna juventud. Oro y belleza, dos brillos…

Para resumir una hecatombe decimos «no quedó piedra sobre piedra», es decir, ni siquiera un cortavientos. Para honrar algo muy necesario decimos «… es la sal de la vida». La escala de dureza de los minerales va desde el suave talco hasta el durísimo diamante, pasa por la sal sencilla y el mármol soberbio. Son minerales los dientes, los huesos y los cálculos biliares (el pelo y las uñas son plásticos).

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El reino mineral y el reino vegetal se intersecan en un animal que es una suma infinita de animales, los corales duros, árboles de piedra. El coral se bifurca de manera terca y fractal como los árboles, tiene la dureza de las piedras y su fisiología es animal.

Los espejos, que ofrecen alta fidelidad cuando en realidad solo sirven para trastocarlo todo, son películas de mercurio, piedras copistas. Los pintores impresionistas se refrescaban la vista mirando espejos negros en medio de largas sesiones de trabajo.

Los minerales están relacionados con la protociencia: dos piedras, los espejos y los imanes, no podían faltar en el maletín del nigromante ni en el laboratorio del geomántico, el abuelo del geólogo.

Los perfectos prismas del cuarzo prueban una vieja sospecha: el Hacedor es geómetra.

Según el geomántico del siglo XVI Gaspar de Morales, citado por Eduardo Escobar en «Anulación de las piedras», el zafiro palidece cuando entra a la casa una persona impura; la esmeralda se quiebra cuando su dueño comete un ilícito; el coral fortalece el corazón; el topacio nos previene contra las tentaciones del amor; las piedras verdes curan la nefritis y la epilepsia; el ágata puede dispensar una elocuencia pasajera; el lincurio, formado a partir de la orina de Lince, es efectivo contra la ictericia, y el diamante garantiza la duración del matrimonio.

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La historia de las piedras preciosas se partió en dos ayer, en el siglo XVIII, cuando un joyero holandés talló piedras preciosas e inventó las facetas. Los cristales tuvieron tantas caras que sus destellos se multiplicaron y pudieron herir, al tiempo, todos los ojos del salón. La luz entró a raudales por alguna faceta, se refractó muchas veces y encendió las piedras que engalanaban las manos, los lóbulos de las orejas o el abismo de un escote, y sus fuegos hipnotizaron para siempre los ojos de la especie.

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