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De literatura se puede hablar desde la ética o desde la estética. La estética es simple. O casi. Se ocupa de la teoría literaria en su nivel cero, el de los diccionarios y los manuales, o en su nivel zen, las poéticas, es decir, la teoría repensada por los grandes autores. Puro caviar. La estructura del relato, los decálogos, los géneros y los estilos son los asuntos de la teoría y de las poéticas. Un ejemplo del nivel zen: “El criminal es el artista; el crítico, apenas el detective”. (P. K. Dick)
La ética es más arisca. No sabemos cómo conciliarla con la estética. Las buenas costumbres son aburridas y antidramáticas y las malas son una papa caliente. No queremos que el poeta ni el narrador nos den consejos morales, ni que el novelista nos venda novelas de tesis, esas que venden ideologías, ni que el poeta condene la prostitución ni que el ensayista censure la infidelidad ni que el cuentista nos exhorte a la conservación de los bosques, pero ojo, tampoco compramos apologías del crimen. A Navokov se le perdonó su Lolita porque los niños eran poco más que mascotas a mediados del siglo pasado y porque su pederasta, Humbert Humbert, termina mal. Cuando Gabo quiso repetir la hazaña en Memorias de mis putas tristes, a nadie le hizo gracia el chiste. Corría el 2004 y los niños eran criaturas sagradas.
Dicen que Mercedes se lo advirtió pero Gabo no le hizo caso porque los nobel son soberbios, y Mercedes no le insistió porque mantenía ocupada manejando las cuentas de Gabo; pero volvamos al asunto.
Lo mejor es abordar por géneros el problema de la moral. El ensayo puede defender ideologías o censurar algunas costumbres porque el ensayista cultiva un género personal: le basta sostener con gracia un punto de vista original, como dijo para siempre Jaime Alberto Vélez. La misma libertad late en los poemas, vehículos íntimos desde Safo y Anacreonte, los primeros que se ocuparon de los asuntos líricos y les dejaron las crónicas de guerra a los poetas épicos.
En las manos de Juan Manuel Roca, Rómulo Bustos o Darío Jaramillo el poema es un juego muy sofisticado, nivel Arreola, digamos.
Vieja zorra, Wislawa Szymborska versificó contra la guerra y las pestes en general y evitó hábilmente las ideologías. Cioran, que escribía sus ensayos en la cabeza de un alfiler, las destroza todas y de paso injuria al universo con una prosa que ya la quisieran José Zuleta o François Jacob.
El relato es más delicado. Las novelas y los cuentos no toleran el activismo político ni la cantaleta moral ni la exhortación ecológica. Se supone que los personajes tienen vida propia (al menos eso nos han dicho los relatores) y al lector le molesta que el autor meta la mano para vendernos sus banderas. El activismo de Apocalipsis de Solentiname se le perdona a Cortázar porque todos queremos mucho a Julio, y a veces también a Saramago. A Bukowski le perdonamos su machismo brutal porque no nos engaña: en el fondo era brutalmente romántico. Le perdonamos a Nathaniel Hawthorne las impertinentes moralejas que casi arruinan los espléndidos argumentos de sus cuentos porque hay autores a los que les perdonamos todo, incluso el mamertismo de Gabo y el conservadurismo de Borges.
En suma, podemos decir que la toma de posición es legal y abierta en el ensayo y la poesía, mientras los relatos (el cuento, la novela y el drama) están obligados al “mensaje” sutil, a huir como de la muerte de las obviedades del sacerdote y del político.
De ética y estética hablaremos en mi taller de escritura, que será híbrido en la edición que empieza el 5 de abril: los interesados podrán seguirlo virtualmente desde cualquier lugar del mundo o presencialmente si viven en Cali. Haremos cuentos, crónicas, ensayos y poemas y bregaremos, quizá vanamente, en salvar la distancia que separa las palabras y las cosas.
