“Petro no es que me mate, el otro sí”, decía un meme que circuló en las elecciones presidenciales del 2018. El “otro” era Duque, su patrón, las Águilas Negras o las “fuerzas oscuras”, pero también pueden ser hoy los pastores, el Eln, las bacrimes, la delincuencia común o esos colombianos que aplauden a Andrés Escobar y practican “tiro al indio” y les parece profiláctico el “tiro a los ojos”, en fin, algún espécimen del sinnúmero de monstruos del bestiario nacional, todos esos manojos de nervios y contratistas y gavirias que hacen gavilla en torno a Fico, el último prodigio de la astucia paisa.
Ahora el temor no es que nos maten sino que maten a Petro. Muchos líderes coinciden en esta preocupación. Hasta Paloma Valencia se solidarizó con Petro por medio de un trino que la enaltece.
Aunque a mí tampoco me mata Petro, me uno a la preocupación nacional. En Colombia, se sabe, el debate de ideas es la última instancia, un embeleco intelectual al que recurrimos cuando hemos agotado todas las municiones.
Si lo matan, Gustavo, quedará herido de muerte su proyecto, habrá unos motines que dejarán al Bogotazo como una piñata y su caso engrosará el abultado archivo de la impunidad. Recuerde que la Fiscalía colombiana no resuelve nada, ni siquiera un magnicidio perpetrado en pleno vuelo.
Nota roja. Luego de asesinar a quemarropa a Carlos Pizarro, el sicario arrojó el arma al piso del avión y rogó por su vida, pero un miembro de la escolta de Pizarro, un agente del DAS, lo mató de un tiro en la frente. Un crimen perfecto. Cínicamente perfecto, quiero decir.
Corolario. Gustavo, no acepte protección de los organismos del Estado, en especial de este Estado.
(No me place registrar las miserias del país. Es una tarea que hago con miedo, con vergüenza, con dolor).
Aunque usted es un hombre valiente, escuche consejos, cancele las presentaciones públicas. Ya hizo bastantes. Multitudinarias. Apoteósicas. Ya quedó claro que la plaza pública le pertenece y que el pueblo lo quiere.
Le confieso que a ratos me asaltan las preocupaciones del Centro Exquisito, esos señores que aseguran que debemos extender la explotación petrolera 14 años, no 12, como usted propone, cuyos cálculos actuariales de pensiones difieren de los suyos en la quinta cifra decimal. Están convencidos de que la crisis de la educación se resuelve con becas y tabletas, y que la pobreza es un seudoproblema que se corrige con subsidios. Temen que, una vez en la Presidencia, usted decida que la Constitución es un conjunto de articulitos, se reelija siete veces y se proclame dictador contra viento y marea, es decir, contra los medios de comunicación, los cacaos, los industriales, las Fuerzas Armadas y la aplanadora del Congreso.
Sí, Petro no tiene la chequera de Chávez, dicen, ¿pero quién nos garantiza que no hará la revolución a crédito?
P. S. 1. No vuelva a la plaza en esta campaña, se lo rogamos. Recuerde que Colombia es la mayor fosa de líderes sociales del mundo.
P. S. 2. Usted lidera las encuestas por su coraje en la lucha contra los leviatanes de la corrupción y el paramilitarismo, porque tiene ideas modernas en lo ecológico, viables en lo económico y sensibles en lo social, pero, si es elegido, recuerde que el presidente es una suerte de coordinador de esfuerzos, no el dueño de la verdad. Que es la gente la que encaja los taburetes y las mesas y cuece los alimentos, la que erige el templo, labra el surco, inventa las lenguas, entona las canciones y teje las fábulas. Que el político solo es, en el mejor de los casos, un intérprete de las ansiedades del pueblo.