Supongamos que usted conversa con su amigo del alma en un bar. El amigo va al baño, ha tomado bastante, escora a estribor como un buque mal estibado, su saco está sobre el asiento, sobresale el cañón de una pistola y usted sabe perfectamente que el hombre no puede más, que una pena de amor lo está matando. ¿Qué haría usted con esa pistola?
Muchos años después, el escritor León Valencia recuerda esas copas con el Negro Apolinar y descubre que la historia de esa amistad entrañable puede ser el hilo conductor de la novela que le permitirá contar, ojalá entender, lo que no ha podido contar ni entender sobre el amor en muchos años de amores, ni sobre el poder y la ecuación nacional en sus ocho libros de ensayo, ni en miles de horas de paneles, lecturas y conversaciones «sobre el conflicto».
La vida infausta del Negro Apolinar es la historia de una amistad pero también es un relato de país que empieza con «La Violencia, la liberal-conservadora, cuyos ecos se escuchan en varios pasajes, atraviesa el pacto del Frente Nacional, el nacimiento de las guerrillas y los inflamables años setenta, una década crucial que estuvo marcada por las reivindicaciones logradas por las luchas sociales y sindicales, y por la frustración del paro cívico nacional de 1977», si nos atenemos a la cronología que el autor le reveló a Federico Díaz-Granados en una espléndida entrevista en la revista Cambio.
«Luego vino el ascenso de las mafias y el endurecimiento del conflicto armado en los 80 (…) pero todo esto es sencillo. Narrable. Lo complejo, lo que esta novela quiere contar es la alquimia interior, el estado emocional y espiritual de quienes vivieron ese tiempo: los amores, la música, las pasiones, los dolores. Ignoro —lo sabrán los lectores— si los ángeles del estilo me concedieron este milagro. Como dijo Carrasquilla, el autor es el único aparecido que no sabe a quién le sale».
La novela va desde 1944 hasta 2022, 80 años repletos de sucesos: el bogotazo del 48, la llegada de la televisión en el 54, el surgimiento de las farc y el eln en el 64, la publicación de Cien años de soledad en el 67, la aparición de supermercados y «grandes superficies» en los 70, los magnicidios de 1989 y 1990, el reconocimiento de la diversidad étnica y cultural del país en la Constitución del 91, la expansión del estrato tres y la clase media entre 1990 y 2010.
Luego vino la irrupción de los cantantes colombianos en las tarimas mundiales del pop, y después la pandemia y el consumo virtual desde el 2020 por el confinamiento, medida que masificó el comercio electrónico y los servicios de plataforma –Rappi, Netflix, Zoom– y cambió los ritmos domésticos, la educación, el trabajo y la vida privada.
Algunas de estas cosas aparecen en la superficie de la novela, pero las perturbaciones de todas ellas se sienten entre líneas (también es entre líneas donde acecha el veneno poético de la prosa austera y eficaz de Valencia, como sucede con los versos de Darío Jaramillo y Víctor Gaviria).
El 21 de junio, León Valencia celebró sus setenta años y sus muchas vidas con la publicación de La infausta vida del Negro Apolinar y con una fiesta feliz llena de artistas y escritores y decenas de amigos venidos de todas partes y de todos los colores políticos. Como Navarro Wolf, Carlos Gaviria o Francisco de Roux, León Valencia se ha ganado a pulso el cariño de tirios y troyanos. Es un pensador de izquierda cuyos análisis son respetados incluso en la derecha, un exguerrillero cuyas banderas son la agudeza y la paz, el director de observatorios sociales de prestigio mundial y un escritor cuyas novelas son tan intensas que provoca irse a vivir en ellas. ¡Chapeau, León!