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Sobre las congojas de una columnista

Julio César Londoño

31 de julio de 2021 - 12:00 a. m.

Día tras día aparecen más noticias sobre conductas criminales de miembros activos o retirados del Ejército y la Policía, y los políticos y los funcionarios del Gobierno hacen malabares para dejar en limpio el buen nombre de estas instituciones y, al tiempo, censurar sus «excesos de fuerza», esa delicada expresión que cubre cualquier cosa, desde sacarles los ojos a los manifestantes hasta violarlos, asesinarlos o desaparecerlos.

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Incluso María Isabel Rueda, la única columnista legible de la edición dominical de El Tiempo, se pregunta en su última columna qué pasa con las FF. AA. de Colombia y cita infamias recientes: el carro bomba contra la Brigada 30 en Cúcuta y el atentado contra el helicóptero del presidente, dos operaciones coordinadas por un capitán retirado y pensionado del Ejército.

Aterrada, Rueda se pregunta cómo puede un soldado colombiano atentar contra la vida de sus compañeros y del presidente de la República, y baraja dos hipótesis: 1. «Un complot internacional línea revolución molecular disipada» (Rueda escribe esto y sonríe. Puede ser uribista pero no es estúpida). 2. «Un complot de las Farc, el Eln y el Gobierno venezolano».

Luego se va por las ramas. Una mujer inteligente no se pone a imaginar vendettas contra Duque ordenadas por los que se sienten traicionados por Uribe o por el Centro Democrático, como los paramilitares, Memo Fantasma o alguna asociación de narcopilotos ofendidos. Tampoco imagina accidentes aéreos por «fuego amigo», como el que le costó la vida a Pedro Juan Moreno, según se rumora. Quisiera no ser malpensado, pero recordemos que la línea dura de su partido, la facción paleolítica del CD, detesta a Duque, y que incluso Uribe se ha distanciado de su pupilo.

Pero no entiendo qué es lo que no entiende Rueda. «¿Cuál es el grado de fidelidad, de infiltración o de venta al enemigo de nuestras fuerzas de seguridad?», se pregunta con una angustia que afecta dramáticamente su redacción.

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Moralmente, yo no veo ningún misterio. ¿Qué escrúpulo moral puede tener un soldado que ve todos los días actos de corrupción e impunidad en los más altos niveles del Gobierno? Si parte de su formación militar ha sido matar civiles y hasta compañeros por una hamburguesa y un permiso el fin de semana, ¿pondrá algún reparo cuando, ya retirado y vacante, le ofrezcan 3.000 dólares para ir a matar un señor en Haití?

Si no hay sanciones contra los policías que torturan y asesinan a los manifestantes y el Gobierno se pasa por el forro el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, ¿podemos exigirles a los soldados y a los policías que se comporten con rectitud?

Si el Gobierno expulsa a una joven alemana por el delito de salvarse por un pelo de un atentado, mientras el paramilitar Andrés Escobar goza de libertad y moviliza a los camisas blancas de Cali para que borren los grafitis que denuncian el genocidio de los manifestantes y las violaciones a las mujeres de las «líneas» (crimen que sigue ocurriendo cuando escribo esta columna), si todos estos primores son agua corriente, ¿con qué cara le decimos al soldado que embole bien las botas y que no diga palabrotas?

Si el entusiasta promotor de 6.402 falsos positivos es el gran prohombre de la patria; si al general Nicacio Martínez le pusieron otro sol en las charreteras luego de expedir una circular que casi desencadena la versión 2.0 de los falsos positivos, ¿cómo le decimos al capitán (r) Medina que las heridas de los soldados de la Brigada 30 y los daños al fuselaje del helicóptero presidencial son infamias que condenará la historia?

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Ruego al cielo, señora Rueda, que estas conjeturas mías sean un bálsamo para su alma atribulada.

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