Los cosméticos son más viejos que la moda. Los egipcios iban al barbero y se perfumaban antes de la batalla. Las egipcias trituraban escarabajos iridiscentes para sombrear sus párpados, y ellos y ellas se delineaban los ojos con un rímel hecho de carbón y aceite.
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En la Roma de Catulo ya había prótesis coquetas: «Esta noche le harás señas a un viejo rico con la ceja que sacaste del cajón esta mañana», le reprocha un muchacho a su amante. Y también son romanos los primeros tatuajes: «En iras ardo si tu hombro bello/ báquica riña marcó insolente/ o si en tus labios, audaz el mozo/ dejó las locas huellas del diente» (Horacio Quinto Flaco).
Pero no hubo moda en Egipto, Grecia ni Roma, si la entendemos como una industria que promueve el uso masivo de prendas y accesorios cuyos diseños cambian sin parar. Las minifaldas de los guerreros egipcios y los peplos de las mujeres griegas fueron iguales durante siglos. Las túnicas de los senadores romanos fueron blancas siempre, la faja mostaza y la estola vinotinto. La tradición pesaba más que la novedad y el símbolo más que el diseño.
La moda vino mucho después y nació dos veces. La primera fue en Italia entre la Baja Edad Media y el Renacimiento, cuando las siervas inventaron el arte de teñir con pigmentos vegetales sus blusas, que por fin dejaron de ser blancas, grises o cafés; introdujeron variantes en el milenario modelo de la falda y agregaron moños, lazos, pliegues, sesgos, boleros, perifollos y miriñaques, y los hombres vistieron calzones bombachos de dos colores y calzaron botas puntudas. Antes, solo las princesas y las damas de la corte habían lucido telas de colores, que eran carísimas, pero los modelos apenas variaban. Ahora todas, ricas y pobres, fueron a la moda. Nacía el individuo, apareció el ensayo, reaparecieron la biografía y el retrato, los pintores empezaron a firmar sus obras y hombres y mujeres le pusieron un sello personal a su indumentaria. Desde entonces el reto consiste en ir a la moda y ser al tiempo original: aunque todas las mujeres usen un mismo accesorio, por ejemplo un tipo de bolso, siempre habrá algo que las distinga: el modo de llevarlo, una pañoleta anudada en la correa, algo. El estilo es un toque personal en el uniforme colectivo, en «la línea de la temporada».
Pero los cambios de los trajes fueron lentos en los siglos siguientes y la producción solo se masificó a partir del segundo nacimiento de la moda, a mediados del siglo XX, con la aparición del prêt-à-porter (listo para usar). Gracias a los telares y a las máquinas de coser y cortar de la revolución industrial, la industria francesa pudo confeccionar en una semana mil vestidos idénticos talla ocho, digamos, y empezó la nueva era de la moda, una tendencia capaz de uniformar pueblos enteros y de generar muchos cambios en las prendas en cuestión de meses. Ya estaban a punto a punto los dos elementos que definirían la moda moderna: producción masiva y modelos efímeros.
Notas. Hubo un factor divino en la moda del Bajo Medioevo, la irrupción de la Virgen María, una devoción que trajeron de Oriente los cruzados. Símbolo de bondad y belleza, y primera deidad femenina en Europa en mil años, el culto a la Virgen produjo una revaloración social de la mujer y sembró el germen del amor galante: los cruzados marchaban a Jerusalén con un pañuelo de su dama bajo la cota de malla y regresaban con un madrigal en los labios.
* Los aspirantes al senado romano no podían usar faja ni estola, solo la túnica blanca, una promesa de probidad (blanca es «cándida» en latín, de aquí viene la palabra candidato).
* Los bajos precios de las prendas prêt-à-porter arruinaron a los sastres y a las modistas que confeccionaban trajes sobre medidas.
* Moda es lo que cambia de moda, «el imperio de lo efímero» (Lipovetsky). La moda se canibaliza a sí misma. Su muerte es su vida.
* El antónimo de moda es lo clásico, prendas y accesorios que no pasan de moda: el jean, las perlas, el traje sastre, el pantalón de bota recta.
* Cosmetología viene de cosmos, orden. Cuando ellas dicen «voy a arreglarme», son fielmente etimológicas.