Orlando Mejía Rivera está publicando Historia cultural de la medicina, una catedral en cinco tomos gruesos (acaba de salir el cuarto) que va de las enfermedades prehistóricas a los nuevos desvelamientos de la genómica antigua, de los novísimos hallazgos de la inmuno-endocrinología a las audacias médicas de la IA y sus diagnósticos algorítmicos.
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En 192 capítulos, dos mil quinientas páginas, mil referencias bibliográficas y más de trescientas traducciones nuevas al español del sumerio, latín, alemán, inglés, italiano y francés, Mejía nos regala una pasmosa panorámica de la medicina que parece escrita por un colectivo de eruditos tan numeroso como el requerido para la terminación del Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana de Rufino José Cuervo.
Son cuatro volúmenes repletos de listas, catálogos y taxonomías, pero también de las observaciones personales de un internista que ha pasado varias décadas junto a los lechos de los enfermos.
Narrador y ensayista de muy buen pulso, Mejía nos regala una cumbre del periodismo científico que abarca datos inéditos de la multiplicidad de los cuerpos en la escatología egipcia, de las heridas de los héroes de la Ilíada homérica, de los nexos entre la salud de la República de Platón y la salud del cuerpo de Hipócrates, de Galeno y su influencia en las Meditaciones de Marco Aurelio, de Avicena y sus vínculos estéticos con las Rubaiyat de Jayam, de Arnau de Vilanova y sus textos alquímicos, de Leonardo da Vinci y sus descubrimientos anatómicos, de la influencia de la teoría humoral en los grabados de Alberto Durero, de Rembrandt y sus lecciones de anatomía, de Luigi Cornaro y el arte de envejecer, de François Rabelais y la terapia de las carcajadas.
También encontramos descubrimientos recientes: el genoma de la bacteria de la peste negra medieval, el origen de la sífilis europea a partir de una mutación de la frambesia precolombina, la vacuna de Jenner, que en realidad no provino de la viruela de las vacas; las serendipias en las investigaciones de Bernard y Pasteur.
Además, muestra el cambio de la lectura del cuerpo humano por las rupturas epistemológicas de la ciencia; el cambio de los olores de las ciudades a través de los siglos. «La piedra y la carne», o cómo influyó el descubrimiento de la circulación de la sangre por William Harvey en el diseño de las cañerías de las ciudades renacentistas. Los efluvios del Siglo del Barroco están atrapados en el cuadro La incredulidad de Santo Tomás de Caravaggio: la luz y la oscuridad, los apóstoles sin halo ya de santidad, sus rostros avejentados, escépticos. Un Cristo demasiado humano que toma la mano del santo incrédulo y la introduce en la herida de su costado. La fe flaquea, solo existe lo que se pueda ver y tocar. El cuerpo deja de ser el vaso del espíritu. Las correspondencias místicas y simbólicas entre los planetas, los órganos y las estrellas se están diluyendo. Del dedo del apóstol saldrán las manos del anatomista, cuya mirada inquisitiva guiará a los fisiólogos y a los nuevos microscopistas. El silencio de los apóstoles del cuadro anticipa los ruidos que vendrán: la música de las esferas será reemplazada por el traqueteo de las máquinas y los borborigmos del cuerpo.
Pasar las páginas de Historia cultural de la medicina es comprobar que existen puentes espléndidos entre los viejos saberes y las nuevas disciplinas; entre las ciencias, las artes, las religiones y la filosofía. También es un llamado de atención a los médicos que piensan que el cuerpo humano es una pieza suelta en el mundo; un recorderis muy oportuno de que hay hilos que unen el arado a la estrella, el temor a la enfermedad, la risa a la salud.