Quien haya viajado recientemente por Alemania, Inglaterra o por los Países Bajos, habrá notado cómo muchas iglesias se han ido transformado en sitios destinados a eventos laicos, en espacios donde hoy funcionan salas de conferencias, bibliotecas, restaurantes y bares.
Unos pocos lugares de congregación religiosa perduran como verdaderas reliquias del pasado. Las nuevas generaciones se asoman con curiosidad a los altares; los ritos, los atuendos, las ceremonias religiosas despiertan en los jóvenes tanta curiosidad, como un franciscano vistiendo sus hábitos tradicionales podría despertar entre los más veteranos.
En países donde Estado y religión van de la mano, como ocurre en buena parte del mundo musulmán, ciertas estadísticas suelen ser poco confiables. Averiguar allí el número real de ateos resulta tan fútil como tratar de determinar por medio de encuestas el porcentaje de homosexuales. De manera similar, aunque en mucho menor grado, en países de tradición católica o protestante, los sondeos tienden a revelar un número de personas no creyentes inferior al verdadero. El término “ateo” carga un mal estigma, razón para intimidar a más de un incrédulo a la hora de responder cuestionarios sobre asuntos de credo.
Aun así, las encuestas más recientes muestran cómo agnósticos y ateos serían por primera vez mayoría en Holanda, mientras que en Suecia y Dinamarca esta cifra ya podría alcanzar el 83%. La situación en el resto del norte de Europa no resulta muy diferente: en Alemania, Francia y Finlandia, la población no creyente ha venido creciendo de manera vertiginosa y, sin lugar a dudas, será muy pronto mayoría, si acaso no lo es ya 1.
Según un estudio publicado en 2007 por el sociólogo norteamericano Phil Zuckerman, el 39% de los británicos no cree en Dios, y esta cifra llegaría al 44%, según encuestas de la empresa Gallup. En Francia, el porcentaje de no creyentes estaría entre el 43% y el 54%; en Dinamarca representarían entre el 43% y el 80% de la población. En Alemania, los porcentajes varían entre el 75% y el 35%, dependiendo de si las encuestas provienen del lado oriental o del lado occidental. En España, y a pesar de más de tres décadas de una dictadura a la ultraderecha de Dios Padre, los no creyentes hoy podrían conformar un cuarto de la población 2. Sin embargo, en Suramérica, con excepción de Chile y Uruguay (con porcentajes laicos alrededor del 22% y del 40%), la población de agnósticos y ateos no supera el 2% 3.
Cuando esas cifras se comparan con estadísticas de hace treinta años salta a la vista un hecho indiscutible: el inexorable declive de la religiosidad en buena parte del mundo, bajo cualquier parámetro que se mida, bien sea la creencia en Dios o en un agente sobrenatural, o ya sea el porcentaje de personas que asisten a misa, o la cantidad de bautismos, matrimonios o cualquier otra forma de participación en ritos religiosos.
En las sociedades asiáticas tecnológicamente más avanzadas, digamos, Corea del Sur, Taiwan o Japón, la religiosidad se ha desplomado: hoy hay más agnósticos en Taiwán (24%) que ateos en Corea del Norte (15%). En Corea del Sur ese porcentaje llega al 52%, según un estudio comisionado por la BBC. En Japón, más del 55% de la población no profesa ninguna creencia en Dios o en Buda, y aunque el 80% no profesa ninguna forma de religión personal, hay quienes sin embargo aún observan los ritos de las religiones tradicionales 4.
En Australia, Nueva Zelanda y Canadá, los no creyentes conforman un tercio de la población. Y quienes regularmente asisten a oficios religiosos son una rara especie en vía de extinción. En Estados Unidos, país de fundamentalistas cristianos, en 1972 solo el 9% no asistía regularmente a las iglesias. La cifra escaló al 12%, en 2004, y hoy alcanza el 22%. De acuerdo con un artículo del Wall Street Journal, la construcción de nuevos templos ha llegado al punto más bajo en toda su historia, consecuencia inevitable de la disminución en el tamaño en las congregaciones 5.
En sociología, las variables son numerosas y los fenómenos suelen ser mucho más complejos que en las ciencias naturales. No obstante, y aunque causalidad y correlación sean difíciles de separar, en opinión de algunos sociólogos sería imposible no advertir una correspondencia evidente entre el declinar de la religiosidad y el aumento en la calidad de vida: la fe en Dios sería mayor en lugares donde la población está sujeta a padecer más sufrimientos. Y, por el contrario, la participación de la religión en la vida cotidiana de las personas tiende a ser mucho menor en aquellos países donde se goza de buen nivel económico, donde existe seguridad social y disponen de un sistema de salud confiable.
Un argumento a favor de esa tesis lo proporciona el Reporte de Desarrollo Humano, comisionado por la Naciones Unidas, en 2004. Los principales indicadores de bienestar social, como acceso a la salud, baja mortalidad infantil, menor tasa de homicidios, un nivel decente de ingresos, mayor esperanza de vida, mejor nivel de escolaridad, entre otros, son, por mucho, más altos en los lugares más laicos. Encabezan la lista los países del norte de Europa, seguidos de Japón, Canadá y Australia. De otro lado, los cincuenta países con los indicadores más pobres exhiben los porcentajes de religiosidad más altos, por encima del 97%, y es allí donde los niveles de ateísmo son insignificantes. Algo similar ocurre con los cuarenta países más subdesarrollados, según el Reporte de la Situación Social Mundial, de las Naciones Unidas. Así mismo, un mayor laicismo se correlaciona de manera directa con un menor índice de homicidios.
Hasta los más escépticos acerca de la existencia de una estrecha correlación entre el nivel de educación y la falta de religiosidad se ven forzados a aceptar que entre profesores universitarios, los agnósticos y ateos triplican en porcentaje a los no creyentes. En Estados Unidos, entre “élites” universitarias: individuos con estudios de doctorado y profesores de trayectoria reconocida, la cifra oscila entre el 48% y el 62%, mientras que los ateos no suman el 18% de la población general. Entre biólogos, ese número llega al 68% 6.
Y no es casualidad, pues la religión ofrece una visión del mundo irreconciliable con el conocimiento científico. En primer lugar, la autoridad religiosa no descansa en la razón o en la evidencia, sino en dogmas consignados en textos sagrados: la Torá, el Corán, el Hadith, el Bhagavad Gita, el Libro de Mormón… En el mundo contemporáneo, esas doctrinas, refutables en lo empírico, no encuentran lugar alguno dentro de una concepción racionalista de la realidad, amén de chocar contra una visión humanista de nuestra especie y de su lugar en el universo. De otro lado, para un porcentaje cada vez mayor de la población, esos dogmas arcaicos resultan inaceptables, en el mejor de los casos; retrógrados y éticamente reprochables, en el peor.
No es fortuito que un creyente sea incapaz de aceptar los dogmas de una religión en la cual no fue adoctrinado. De igual manera, para quienes no sufrieron el troquelado religioso a edad temprana, esa visión mágica y sobrenatural del mundo resulta, a la luz del conocimiento científico, no solo absurda, sino ingenua e infantil en extremo.
En Occidente, el horrendo historial de torturas, quemas de inocentes, guerras y persecuciones religiosas a manos de los más devotos y sinceros representantes de la religión canónica sería razón suficiente para desacreditar cualquier pretensión moral o ética asociada con nuestra fe. Y en Oriente, son ahora los fanáticos musulmanes quienes viven su Edad Media. La historia se repite: en nombre de su Dios decapitan infieles, secuestran niñas, las mutilan sexualmente, las condenan al analfabetismo, las fuerzan a cubrirse de pies a cabeza a la manera de las ya casi extintas monjas de antaño.
No son pocos los jóvenes capaces de advertir cómo la superstición religiosa se convierte en instrumento para perseguir a los homosexuales, para negarles los derechos fundamentales a las mujeres, a las minorías, a las parejas gay, a los moribundos sin esperanza. La religión cristiana, en su conjunto, ha fallado de manera estrepitosa en su promesa de la redención, entendida como la construcción de un mundo más compasivo, menos brutal, más moral, más humano. No es casual que las nuevas generaciones no parezcan estar dispuestas a perpetuar una cosmovisión anacrónica y un paradigma ético que no encuentra lugar alguno en el mundo contemporáneo.
1 Davie, Grace, Religion in Modern Europe. New York, NY: Oxford University Press, 2000.
2 Zuckerman, P. (2005). Atheism: Contemporary Rates and Patterns, chapter in The Cambridge Companion to Atheism, ed. by Michael Martin.
3 https://www.youtube.com/watch?v=O38wHABrM0Q
4 Demerath III, N. J., & Demerath, N. J. (2003). Crossing the gods: World religions and worldly politics. Rutgers University Press.
5 http://www.wsj.com/articles/decline-in-church-building-reflects-changed-tastes-and-times-1417714642
6 Gross, N., & Simmons, S. (2009). The Religiosity of American College and University Professors. Sociology of Religion, srp026.