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Así como a los ricos no hay que prohibirles que vivan debajo de los puentes, a nadie hay que prohibirle que tenga relaciones sexuales con su propia madre. No nos desvelan los celos si nuestra amada duerme en la misma cama con su padre o sus hermanos y mucho menos si duerme con sus hijos.
A finales del siglo XIX, el antropólogo finlandés Alexander Westermarck observó que la convivencia durante los primeros años de vida trae como consecuencia la inhibición de las relaciones incestuosas entre parientes, un rechazo que se manifiesta en forma especialmente fuerte entre madres e hijos, y conjeturó que este comportamiento había aparecido para evitar los efectos deletéreos de la endogamia.
Paradójicamente, parece que fue Westermarck quien inspiró a Freud su más famosa fantasía psicoanalítica, el complejo de Edipo, que supone exactamente lo contrario: la existencia de un deseo sexual (inconsciente) del niño por la madre. A pesar del papel fundamental que juega esta hipótesis en la construcción de la teoría psicoanalítica, Freud jamás se molestó por buscar evidencias empíricas confirmatorias, más allá de sus propias experiencias, siempre concordantes, y atacó con vehemencia a cualquiera que discrepara de sus creencias, como aquella expresada en Tótem y tabú, de que nuestros antepasados practicaban todo tipo de conductas sexuales desenfrenadas e incestuosas a las cuales se puso freno con la aparición de estrictas normas sociales.
Curiosamente, fue una psicoanalista, Karen Horney, la primera en refutar con datos empíricos el controvertido complejo de Edipo. A las conclusiones de Horney se sumaron las del antropólogo polaco-británico Malinowski, y decenas de estudios que reivindicaban a Westermarck y contradecían ampliamente la hipótesis freudiana, como los del antropólogo de la Universidad de Stanford, Arthur Wolf, quien examinó las historias maritales de más de 14.000 mujeres en Taiwán que, según una peculiar costumbre china, eran adoptadas desde niñas (shim-pua) y forzadas a crecer al lado del niño que más tarde sería su esposo. Las altísimas tasas de divorcio y la casi total ausencia de vida sexual en estos matrimonios respaldaron ampliamente la hipótesis de Westermarck.
Sólo ahora, y después de un siglo de seudociencia freudiana, la psicología moderna comienza a dilucidar el complejo fenómeno del rechazo al incesto. Cada vez hay más evidencia para respaldar la hipótesis de que la naturaleza parece habernos dictado un undécimo mandamiento para evitar la endogamia: “No desearéis a aquellos con los que cohabitareis en tu infancia porque es muy probable que sean de tu propia sangre”.
