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Los dualistas cartesianos sostienen que los seres humanos estamos hechos de materia y “mente”, una esencia etérea que no es susceptible de ser localizada en el espacio. Pero para muchos neurólogos, la noción cartesiana del “espíritu en la máquina” es una ficción tan innecesaria para su disciplina como el concepto de éter en la física.
La mente, según esta posición, puede explicarse como consecuencia de la actividad electroquímica del cerebro. El acto consciente de levantar un brazo es equiparable a la actividad eléctrica de cierto conjunto de neuronas de la corteza cerebral, como lo es cualquier otro acto volitivo. De igual manera, ese ente intangible denominado “el yo”, “conciencia” o alma, que asociamos con nuestra capacidad de introspección, no es más que un fenómeno emergente producto de complejos patrones de actividad neuronal, al menos así lo creen los defensores del reduccionismo.
¿Cómo saber si una máquina o un animal posee conciencia? Probablemente estemos dispuestos a conferir este atributo a aquellos seres vivos que posean cerebros complejos, por simple continuidad biológica, o porque reconocemos en ellos emociones similares a las nuestras, pero difícilmente le atribuiríamos esta capacidad a un robot o a un insecto.
El matemático Alan Turing, uno de los padres de la inteligencia artificial, imaginó un experimento simple, conocido como el “Test de Turing”, para determinar si una máquina lo suficientemente compleja como para dialogar con un humano, merecía el calificativo de “consciente”. En la prueba, el diálogo se establece por medio de un monitor, y quien se comunica con la máquina ignora si su interlocutor es humano o un sofisticado software capaz de sostener una conversación inteligente. La máquina supera la prueba en caso de ser indistinguible de un humano.
Para pensadores como Noam Chomsky, aceptar la prueba de Turing es como admitir que todo lo que camine como un pato y haga cuac, es un pato. Uno podría pensar que el simple hecho de simular la conciencia no hace a una máquina consciente. Y, si es así, entonces ¿cómo estar seguros de que las demás personas no son más que zombis inteligentes carentes de conciencia, robots vacuos que han aprobado el Test de Turing?
Algún día se comprenderán las facultades cognitivas, la memoria, las enfermedades mentales, y aun las emociones, mientras que la misteriosa y elusiva naturaleza del “yo” podría permanecer más allá de los límites de lo que podemos conocer racionalmente, una especie de limitación gödeliana de las ciencias naturales.
