María Paula Correa, jefa de gabinete de Iván Duque, quería que el discurso del 20 de julio fuera autocrítico. El presidente saliente prefirió echar pullas a Petro, lo que terminó desatando los abucheos.
ADVERTENCIA: ESTO ES FICCIÓN
Aquí se recrea la actualidad de Colombia con situaciones imaginadas, diálogos inventados y personajes ficticios. Así como algunas películas advierten que su trama está «basada en hechos reales», esta es una novela basada en hechos actuales. En otras palabras: no se confunda. «La candidata presidencial» es una caricatura de la realidad, una parodia, un ejercicio de imaginación del autor. Esta es una novela de ficción coyuntural.
Martes 5 de julio de 2022
Hay funcionarios que, como algunos muebles, vienen con la Casa de Nariño. El presidente y sus consejeros cambian, pero ellos perduran, sobreviven a las transiciones manteniéndose en su lugar y sirviendo para lo estrictamente necesario, como la mesita que usan para firmar documentos en actos públicos del presidente, o como los sofás y poltronas estilo Luis XV del salón amarillo, destinados para la entrega de credenciales de nuevos embajadores.
Ningún gobierno se ha interesado en cambiar la mesita de firmas ni en renovar los muebles clásicos aunque los tapizados lleven más de 100 años destiñéndose. Pasa algo parecido con algunos funcionarios administrativos; personal de mantenimiento, asistentes contables y secretarias. Se mantienen allí, cada cuatro años, cumpliendo tareas puntuales en cargos que no interesan a los políticos.
Pese a que son bajas las probabilidades de perder sus empleos, siempre hay algo de temor en estas transiciones. Los asalariados, en general, le tienen más pánico a quedarse sin trabajo que a quedarse sin libertad. Por eso hacen caso a todo lo que les digan, aunque puedan terminar en la cárcel, y por eso guardan silencio, aunque estén viviendo un infierno.
Durante los días de empalme se podía ver con claridad a los funcionarios que esperaban ser reelegidos por otros cuatro años, más sonrientes y más amables frente a los enviados de Petro.
—Bienvenido, mi «doc». Por aquí a la orden… Estamos para servirle. Usted no más diga que aquí le colaboramos… Claro que sí. Desde que yo pueda, con mucho gusto… Nosotros firmes. Aquí nos vemos el 8 de agosto.
La Candidata se divertía con la caricaturización que hacía su asesor Nicolás.
—Con decirle que yo voté por ustedes, mi «doc». Vota Petro, vota Pacto… Es que Duque me tenía muy decepcionado. Dizque «así lo querí». No, ese «man» es muy boleta… De verdad que ya era hora de un gobierno serio, un gobierno de izquierda, un gobierno marxista-leninista-trotskista, un gobierno de noble origen guerrillero… Yo en mi casa hasta tengo una bandera del M-19… Y también tengo grabada la toma del Palacio de Justicia. ¿A quién no le gustan los clásicos?
La Candidata les llamaba «early adopters», los primeros en subirse al bus del gobierno entrante, sin tener que bajarse del gobierno saliente. Muy distintos al grupo de funcionarios con las horas contadas, un rebaño de mandos medios, asesores traídos a dedo y expertos en comunicación digital; todos con salarios atractivos, de los que había que disponer para empezar a pagarles a quienes trabajaron, por poco o por nada, en la campaña ganadora. Estos empleados vivían las jornadas de empalme con melancolía, pero sin tensión, como los músicos del Titanic, reconciliados con la idea de ahogarse aunque el barco de la Presidencia siguiera en pie, disfrutando cada segundo de vida, llegando sin afán en las mañanas, contemplando los días de sol en el centro de Bogotá, permitiéndose almuerzos más largos, riendo con más fuerza ante una broma y yéndose antes del atardecer.
Una realidad diferente vivían los mandos altos. Ese martes, en el salón Bolívar, el director administrativo de la Presidencia, Víctor Muñoz, y la jefa de gabinete, María Paula Correa, lideraban la reunión de empalme a la que también asistía la Candidata.
El encuentro acabó y María Paula le hizo una señal a la Candidata para que la siguiera. Caminaron con sus tacones altos sobre las alfombras rojas. La Candidata, que sabía moverse por las instalaciones, casi entra en piloto automático a la oficina equivocada, la que durante 16 años usaron los secretarios privados de los presidentes Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, una pequeña habitación sin gracia y sin mística.
—Es por acá —corrigió la jefa de gabinete, señalando el otro lado del corredor.
—Pensé que íbamos a tu oficina.
—Sí. Vamos para mi oficina.
Entraron al despacho más grande de toda la Presidencia de la República —más grande, por poco, que el del propio presidente—, destinado por décadas a la llamada Secretaría General, el segundo cargo más importante en la Casa de Nariño. Tiene fama de albergar una «energía pesada», porque allí los políticos se quitan las máscaras y liberan su lado más oscuro, hablando sin asco sobre sus planes, sobre quiénes se quedan y quiénes se van, a quién le quitan y a quién le dan. La Candidata comprendió entonces su confusión inicial. El primer cargo de María Paula en el Gobierno fue el de secretaria privada del presidente Iván Duque, pero en menos de un año pasó a ser secretaria general encargada y, finalmente, jefa de gabinete. Antes, en el Gobierno de Santos, fue María Lorena Gutiérrez quien saltó de ser alta consejera a secretaria general y luego «superministra». La Candidata se sentía identificada con ambas.
—Para qué conformarse con un pedacito de poder cuando se puede tenerlo todo.
María Paula se encogió de hombros.
—Es solo una oficina. Casi ni me la paso aquí.
La Candidata sabía que ese despacho —contiguo al del Presidente— no era un simple espacio de trabajo. Era, en realidad, un mensaje, una notificación al resto del mundo sobre la cercanía de su inquilino con el primer mandatario, una demostración de relevancia y de mando por sobre todos los demás.
—¿Y esas cajas? ¿Ya alistando el trasteo?
—Pues sí —respondió la jefa de gabinete—. Mejor me voy quitando esa curita de una vez.
María Paula se acomodó en el sofá. La Candidata prefirió husmear el escritorio, que parecía más una repisa que un espacio de trabajo.
—No tiene pinta de que te sientes acá.
—Para nada. Yo trabajo es ahí —explicó María Paula apuntando a la mesa de reuniones.
La Candidata preguntó con la mirada si podía sentarse en la silla del escritorio. Se acomodó, puso las manos sobre la mesa y esperó unos segundos. Aunque era incrédula al principio, por un momento sintió la «oscuridad» de aquel mueble. Sonrió, como si la maldad la recargara de felicidad.
—Esta oficina te queda muy bien a ti —dijo María Paula por cortesía.
La Candidata no se creyó el gesto.
—Bueno, de pronto sigo tus mismos pasos…
Le dio unos golpecitos al escritorio con los dedos y finalmente acompañó a María Paula en el sofá.
—¿Qué han pensado para el discurso del 20 de julio? —preguntó la Candidata.
—Hum… Un balance final del gobierno, pero la idea es que tenga autocrítica.
—¿Autocrítica? ¿Qué van a decir? ¿Que fueron muy «perfeccionistas»?
Lo que la Candidata planteó con gracia, María Paula se lo tomó con seriedad. Se paró y fue directo a un documento de varias páginas en la mesa de reuniones. Lo ojeó hasta encontrar el párrafo que buscaba. Leyó en voz alta:
—No somos perfectos ni imbatibles. Somos conscientes de ello. En lo personal, reconozco que pudimos haber reaccionado con mayor efectividad frente a diferentes desafíos. El paro nacional, por ejemplo, fue una mezcla tóxica de sabotaje, ilegalidad y descontento ciudadano, un coctel del que se aprovecharon líderes políticos con ambiciones sin límites, amenazando a las fuerzas vivas de nuestra economía y a nuestras comunidades. Eso lo debimos anticipar. En Cali, concretamente, pudimos ser más oportunos en blindar a la ciudadanía de ese matrimonio venenoso entre políticos con hambre electoral y oportunistas desde la ilegalidad. Pudimos haber hecho presencia inmediata, pese a las recomendaciones de seguridad que le exigían al Presidente cuidar su integridad física.
María Paula se detuvo y devolvió el discurso a la mesa. La Candidata arqueó las cejas.
—No me vayas a dejar iniciada. No seas así.
—Te leí más de lo que debía.
—…Guau… Pues… Te confieso que me sorprende.
—¿Te sorprende para bien o para mal?
—Para bien… Es valiente y generoso. No recuerdo un solo Gobierno que haya tenido semejante gallardía.
María Paula sonrió complacida.
—Es un primer borrador. Tú sabes que estos discursos pasan por 20 manos, pero me voy a dar la pela hasta el final.
La Candidata, que en realidad aspiraba a un 20 de julio ruidoso y pendenciero, siguió dándole vuelta al tema.
—Es increíble que no haya más personas como tú, dignificando la política. Ese discurso va a ser algo inédito. No se lo espera nadie: Iván Duque reconociendo que sus más eufóricos enemigos sí tenían razón con lo del paro.
La jefa de gabinete arrugó los ojos.
—No, no, no… hasta allá tampoco.
—Pues obviamente Duque no va a decir «Petro tenía razón», pero ahí hay un mensaje de humildad que la sociedad va a saber aplaudir… Eso sí, los que no van a aplaudir son los de mi bancada. Diga lo que diga Duque, van a chiflarlo.
—¿Ah, sí? ¿Tú crees?
—No es que yo crea. Es que me lo han dicho… Por eso, yo habría jurado que ustedes iban a aprovechar el discurso del 20 de julio para echar unas últimas pullas, de esas que yo sé que a los petristas los sacan de quicio.
A María Paula se le quitaron rápido las ganas de autocrítica.
—¿Qué pullas los sacan de quicio?
—Varias… pero la que más les duele es la de la «expropiación». Detestan que se siga hablando de eso.
La jefa de gabinete tomó nota mental. La «expropiación» sería solo uno de varios vainazos que lanzaría Duque y que despertarían los rabiosos abucheos del 20 de julio. En política, ser generoso es atractivo, pero ser rencoroso es inevitable.
(Vea a continuación la frase que despertó los abucheos del 20 de julio).
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