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Acciones para las oraciones

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Lariza Pizano
15 de junio de 2025 - 05:06 a. m.
“Hay que tener fe en la valentía de Miguel Uribe, pero más fe hay que tener en las obras”: Lariza Pizano.
“Hay que tener fe en la valentía de Miguel Uribe, pero más fe hay que tener en las obras”: Lariza Pizano.
Foto: Óscar Pérez
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Cansancio. Lo que se siente en este país es un cansancio profundo de caminar en círculo. Después de tres décadas en las que nació una Constitución moderna, se redujeron las cifras de pobreza, nació la justicia transicional, se firmó paz, se vuelve a sentir la zozobra de la violencia política. Porque lo que sucedió con Miguel Uribe no fue solo un atentado: fue el recuerdo de que aquí cualquier cosa puede pasar, pero pasa poco o nada.

Desde 2011, cuando un sector acudió a la palabra traición para referirse a los pacifistas, incluso frente al horror, se ha venido tensando la cuerda desde todas las orillas. Y si bien las balas contra el senador no provienen de la violencia verbal —el sicario ni siquiera sabía a quién le disparaba—, sí generan un ambiente que impide el rechazo generalizado a un atentado. Un presidente que en medio de esta coyuntura espeluznante insiste en convocar una consulta popular sin respaldo institucional, desafiando al Congreso; una oposición que no mide consecuencias al acusarlo de ser el causante directo del atentado; y opinadores de todas las orillas que, incluso cuando se baja el tono, se niegan a escuchar. La radicalización ya no es coyuntura: es la norma. La incapacidad de construir consensos básicos está tan rota que, a diferencia de los noventa, cuando los líderes, así fuera con hipocresía, aparecían en la misma foto ante las tragedias, hoy el dolor no calma la agresividad en los discursos y ni apaga las bodegas.

Frente a la tragedia las oraciones se multiplican, pero este país no puede salvarse solo con ellas. Porque como la fe sin obras es muerta, como dice la Biblia, más que llamados se necesita un Estado que cumpla lo mínimo, el dos más dos de prestar servicios de seguridad y de justicia.

Las cifras lo gritan: más de 720.000 casos archivados por la Fiscalía solo en 2024; 20.000 preclusiones y una impunidad superior al 90 %. En desapariciones forzadas, esta cifra es del 98 %. Y en violencia sexual, apenas un 2 % de los casos termina en condenas.

En ese contexto, el “unámonos como país” es una frase vacía. Porque detrás del atentado a Miguel Uribe ni siquiera hay hipótesis claras. No se sabe si fue el ELN, una mafia, una disidencia, un sector radical, un criminal común. Y si no fuera por las confesiones de los popeyes y los paras, tampoco se sabría quién tuvo que ver con las muertes de Galán, Lara, Pizarro, Jaramillo, Pardo Leal, Umaña. Tres décadas después, el sistema está tan erosionado que lo inaudito es lo cotidiano.

El llamado a la unidad solo tiene sentido si los políticos, a quienes les corresponde la acción, hacen cosas para que la historia cambie. Sin decisiones estructurales, sin enfrentar la inequidad que convierte niños en sicarios, sin las noticias falsas, los lugares comunes son ruido.

Hay que tener fe en la valentía de Miguel Uribe, pero más fe hay que tener en las obras, porque solo sumando acciones a las oraciones la historia de este país fallido puede cambiar. Y ahí también se necesitan los milagros: si no se construye un Estado justo, eficaz y con capacidad de proteger, la dolorosa historia de Miguel se repetirá en otros treinta años. O antes.

Lariza Pizano

Por Lariza Pizano

Politóloga de la Universidad de los Andes, académica y especialista en política colombiana.
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