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Aterrizar los símbolos

Lariza Pizano
14 de agosto de 2022 - 05:30 a. m.

Los símbolos son esenciales en la comunicación política. Sirven para expresar toda una estructura de pensamiento y la visión de lo público que tienen figuras y líderes. Son la base para el desarrollo de conceptos de poder, la esencia de los mapas ideológicos.

Ya pasó una semana de la posesión de Petro y los símbolos y ceremoniales de ese día reivindicaron historias personales y colectivas e iluminaron otras. En Bogotá ya se había olvidado qué era un cielo azul.

Los vestidos de la familia presidencial y el blanco religioso propaz de Verónica Alcocer, la imposición de la banda presidencial por parte de María José Pizarro y el recuerdo de su padre, la paloma de la paz en el pecho de Roy Barreras y la espada de Bolívar fueron parte de un ceremonial que anuncia memorias y cambios. En su momento también fueron disruptivos los anuncios del M-19, el sombrero de Pizarro o la asociación de la promesa constituyente con la primavera.

Símbolos hubo también del otro lado. Los vestidos oscuros de la familia Duque y el luto absoluto de María Juliana Ruiz y María Paula Correa, la decisión de no posar para la foto con la familia entrante —como había sido tradición— y la nube de escoltas con gafas oscuras acompañando al exmandatario reflejaron toda una postura frente a la vida. También fue símbolo de su adolescencia que, casi inmediatamente después de salir de Palacio, Duque se fuera a Andrés Carne de Res y se subiera a una tarima para cantar canciones de Soda Stereo.

Pero la lupa siempre está puesta sobre quienes llegan y hacen promesas. Y Duque, en particular, es ahora insignificante. La responsabilidad de ser y parecer ahora recae sobre Gustavo Petro y su equipo. Porque la comunicación también impone retos: a mayor cantidad de símbolos que interpelan el cambio desde la autoridad, mayores exigencias de quienes reciben los mensajes.

Llega el presidente al poder con más del 60 % de imagen positiva y cuidar los símbolos será un reto para mantenerla. Fueron tan fuertes, que tendrán puesta la mirada. De la posibilidad de no contaminarlos, de hacerlos reales, podrá depender la gobernabilidad: a mayor apoyo ciudadano, más posibilidades de evitar ataduras con los políticos.

Seguramente habrá errores, a veces deliberados, a veces involuntarios, como en todos los gobiernos. También habrá acuerdos y sorpresas que escapan al control presidencial. Y es por eso que honrar a Pizarro, a la espada, al sol del 7 de agosto, a los ancestros y a las expectativas de quienes por primera vez estuvieron en la plaza pasa por elegir con pinzas a quienes lo acompañan. Transar ministerios por votos a favor de un candidato a la Contraloría, nombrar a una ministra con un potencial conflicto de intereses (de lo cual, por suerte, se arrepintió el mandatario), ubicar a otro acusado de plagio en cabeza del Transporte o aceptar presiones burocráticas disimuladas de cualquier llamado ancestral generan ruidos que ponen en riesgo su reputación, que un Gobierno que arranca con símbolos tan poderosos no puede tomar.

La fuerza del cambio que se alimentó con la promesa de la transparencia debe tener, como su base más sólida, la confianza ciudadana.

Nota del editor: esta columna fue modificada de una versión inicial que trastocaba los ministerios de Justicia y de Transporte

Lariza Pizano

Por Lariza Pizano

Politóloga de la Universidad de los Andes, académica y especialista en política colombiana.

 

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