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Chao, Duque, chao

Lariza Pizano
31 de julio de 2022 - 05:30 a. m.

Pasó muy lentamente el tiempo entre el 7 de agosto de 2018 y el 7 de agosto de 2022. Con el diluvio durante la posesión de Iván Duque comenzó un letargo que duró cuatro años en que los minutos, las horas y los días de la política se hicieron eternos. A eso se sumó una pandemia aterradora, que estiró los meses.

Después de disimular su esencia en aparente juventud y liberalidad, los actos de Duque terminaron evidenciando su pequeñez. La misma que demostró cuando en los foros económicos anunció como logro presidencial la inversión de Netflix y otras 15 productoras internacionales en la industria audiovisual. O cuando dejó viendo un chispero a las víctimas en la entrega del Informe Final de la Comisión de la Verdad. O cuando le mandó saludos al rey de España. O cuando se disfrazó de policía en 2020. O cuando dijo, el 20 de julio, que había apoyado a la JEP, después de haber presentado, a comienzos de su gobierno, unas objeciones para acabarla. O cuando dijo que su política para evitar el asesinato de líderes sociales había sido ejemplar. O cuando dijo que prorrogar la Ley de Víctimas había sido su iniciativa. O cuando, en 2021, retó a la Corte Suprema al afirmar que su jefe político era un patriota inocente. O cuando, hace una semana, también le dijo “patriota” a Zapateiro y le agradeció haberle enseñado a decir “ajúa”. O cuando, hace pocos días, dijo que las recomendaciones de la CIDH al Estado colombiano no eran vinculantes y que, por eso, no había que aplicarlas.

Es entendible que la prioridad de un presidente de derecha sea la seguridad, pero ni siquiera esa fue la causa de Duque. Primero, porque su jefe político lo superó con la Seguridad Democrática. Segundo, porque después de un acuerdo de paz la seguridad no se trata solo de matar narcos y guerrilleros. La agenda social posacuerdo (y pospandemia) requiere que la seguridad también implique cuidado a las personas, tranquilidad y servicio a favor de la civilidad.

Si las Fuerzas Armadas eran tan importantes para un presidente que, como Duque, quería ser global, hubiera hecho de todo para que ni policías ni militares robaran y respetaran los derechos humanos. Tal vez eso le habría dado un relato. Son múltiples las capturas y los muertos que Duque celebró como suyos en el discurso de instalación del Congreso: Mayimbú, Otoniel, Matamba, Leo y varios más. Pero con las confesiones de los militares en la JEP, las declaraciones de la Corte Interamericana sobre el actuar de la Policía hace un año y los escándalos de corrupción como contexto, cuando dice “ajúa” parece jugando a ser un niño grande.

Es claro que le tocó una pandemia: un hito trágico que hizo difícil gobernar aquí y en todas partes. Logró vacunar, sí. Pero, aparte de ese logro, su mandato es difícil de definir. Después de cuatro años lentos no se sabe qué historia construyó más allá de su anticuada visión de la vida, la guerra, la política, la lucha contra el narcotráfico y su autoelogiada política de seguridad. Ni siquiera quienes lo eligieron en 2018 saben de qué se trató esa historia.

¡Qué dicha que pasó el tiempo y ya se va!

Lariza Pizano

Por Lariza Pizano

Politóloga de la Universidad de los Andes, académica y especialista en política colombiana.

 

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