Nada refleja más la radicalización y los sesgos de confirmación de las burbujas sociales y económicas que las percepciones en torno a Gustavo Petro. Mientras cada 15 días la oposición espera ansiosa una nueva carta de Álvaro Leyva o celebra que se hunda una consulta popular, él espera eso mismo para fortalecerse. Cada vez que Trump lo ofende, Efraín Cepeda le dice populista, o Bruce Mac Master felicita a la oposición, Petro sube cinco puntos en las encuestas.
Es muy sabido que, más allá de la comunicación, el presidente es un mago de la representación política. Entiende iras ciudadanas guardadas durante siglos y comunica empatía con quienes las sienten. Sus problemas de gestión son evidentes, incluso en temas propios como el de la paz, pero su narrativa está cargada de símbolos, emociones y banderas de cambio. Para muchos, ser nombrados basta. Y cuando quien los nombra enfrenta con nombre propio a quienes son vistos como responsables de la exclusión, la empatía se vuelve más poderosa que cualquier logro técnico. Del ahogado, el sombrero, y —en medio del desastre histórico— la representación importa.
Petro sabe eso y lo capitaliza, porque la representación también se define por oposición. Cuando los actores más tradicionales del Congreso —con desaprobación cercana al 70 %— celebran el hundimiento de una consulta que, aunque aguante muchas críticas, es popular, validan al presidente. En contextos de baja cultura política, la lógica del enfrentamiento le funciona al que se queda con el relato el relato del cambio.
De ahí las cifras que no entienden muchos sectores. Según Invamer, aunque la mayoría cree que el país va por mal camino, el 45% de los encuestados se siente representado por Petro. Y esa representación va más allá de la gestión: aunque dos terceras partes creen que el país no va a mejorar, su popularidad crece en las clases populares.
El lenguaje es el instrumento para convertir esas tácticas en cercanía: ¿cuántos no quisieran decirle “hp” a la señora del club que se refirió a la “indiamenta” y valoran que el presidente la exponga en un trino? ¿Cuántos no sueñan con vaciar a los de siempre? Los que lo desean y no tienen voz pública para hacerlo, sienten que su presidente habla por ellos. Mientras el racismo y el clasismo siguen ahí, y los dos presidentes del Legislativo van presos al mismo tiempo, Petro se apropia del antagonismo y acude a tácticas propias, a veces muy tóxicas, de un tardío populismo de izquierda: él dice ser la calle y desde el Estado llama a la huelga para defender causas populares.
Encontrar el enemigo en el hastío es fuente de teflón y de representación. Aunque en el Gobierno también hay políticos que son y han sido del establecimiento, —el mayor ejemplo es Benedetti—, el presidente es tan hábil que logra que muchos en la tropa de los representados se traguen esos sapos.
Finalmente, y volviendo a la consulta, en la oposición también hay políticos con argumentos serios. Pero en la Colombia que Petro convoca, la técnica en frío y con aplausos no representa. Las mediciones indican que en la Colombia jodida —la más grande— sentirse representado parece valer más que cualquier argumento.