El apoyo a la democracia en América Latina está en el nivel más bajo desde que existen las mediciones. Solo el 48 % de la ciudadanía la respalda, disminuyendo 15 puntos porcentuales frente al 63 % de 2010. Y en ese entonces la cifra ya era escandalosamente baja.
El dato es del Latinobarómetro 2023, un índice que, a partir de la encuesta más grande de América Latina, señala que la región está en una “recesión” democrática en la que se vino a pique la valoración de la competencia política.
Colombia aparece en un punto medio en esa medición. El apoyo subió del 43 % al 48 % desde 2020, probablemente en respuesta a que por primera vez la izquierda pudo llegar al poder por la vía electoral. No obstante, es de los países de la región con mayor insatisfacción con la democracia, siendo superior al 80 %.
Aunque esa cifra no necesariamente implica que la gente prefiera el autoritarismo, el fervor por esta última fórmula sigue siendo minoritario y pasó del 13 % al 17 % en los últimos tres años. No obstante, crecieron las cifras de indiferencia frente a las reglas de juego, lo cual también es peligroso.
El bajo apoyo a la democracia tiene razones comunes a toda Latinoamérica y se debe, en primer lugar, a la atomización histórica del sistema de partidos, sumada a la ausencia de representación y a los escándalos permanentes. Desde mediados de los años 90, 21 presidentes han sido señalados de corrupción en nueve países y dos —en Colombia y Argentina (Uribe y Fernández de Kirchner)— han tenido acusaciones formales sin sentencia. Y en 15 de 17 países latinoamericanos, indica la encuesta, Nayib Bukele arrasa en popularidad y se ubica por encima del papa.
Adicionalmente, las nuevas formas de comunicación simplifican o anulan la argumentación política, poniendo énfasis en la descalificación de los contrincantes más que en las propuestas. Estrategas como J. J. Rendón, cercano a Uribe, y Amaury Chamorro, asesor de Daniel Quintero y, al parecer, de Gustavo Bolívar, hacen proselitismo a punta de bodegas que hacen de todo, menos vender futuro. “Si todos nos vamos a volver como Venezuela, si estamos destinados a las mismas élites, si todo va a seguir igual, ¿qué sentido tiene elegir?”, terminan siendo reflexiones de los usuarios de las redes.
De manera sorprendente, asegura el Latinobarómetro, la pandemia no acentuó la caída del apoyo a la democracia, sino que lo mantuvo en niveles bajos pero estables. El autoritarismo implícito en muchas de las medidas sanitarias y el monopolio sobre las decisiones de salud y los subsidios hicieron sentir la presencia estatal.
La pobreza cuenta, pero no es la razón más potente al definir el desamor democrático. Este último está ligado a la falta de encantamiento y efectividad desde arriba, y al escepticismo para demandar algo desde abajo. Los poderosos han sido responsables, pero también quienes se dejaron convencer de que son “nadies”, de que esto se fue así y de que, dadas las condiciones, son mejores los Bukeles. Grave porque, como concluye el estudio, la política siempre es más difícil de arreglar que la economía.