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La tragedia del Catatumbo es un grito desgarrador en medio de la indiferencia del poder. Cuarenta mil personas hacinadas en coliseos y colegios en Cúcuta, Tibú y Ocaña sobreviven de la caridad y el esfuerzo heroico de alcaldes, comunidades religiosas, militares y maestros que hacen lo imposible con las uñas. Una semana después de la infame acción del ELN, el presidente Petro resolvió que su presencia y la de parte de su gabinete era más importante en Haití, en donde conmemoró la ayuda de Pétion a Bolívar en 1816 y a donde fue a pedir perdón por la participación de unos mercenarios colombianos en el asesinato de Jovenel Moïse en 2021.
Las prioridades de un presidente crítico de las agendas internacionales de sus antecesores están patas arriba. ¿Qué hace el presidente en un acto simbólico en el Caribe cuando en su país los desplazados del Catatumbo ruegan por un mínimo de presencia estatal? La política exterior es clave, pero, en este caso, entre las prioridades debería primar la urgencia humanitaria. En el Catatumbo las morgues están desbordadas y miles de familias descalzas y que en sus vidas han sido desplazadas no una, sino dos y hasta tres veces, reclaman los servicios del Estado.
Petro no viajó solo a la isla. Con él iban la nueva canciller, Laura Sarabia; el ministro de Defensa, Iván Velásquez (¡!), y el director del DPS, Gustavo Bolívar, quien, sin pudor, publicó un video celebrando que al presidente lo recibieron como un rey. Entretanto, en Colombia los mandatarios locales intentaban, con las uñas, estirar los presupuestos de emergencia para atender a miles de hombres, mujeres y niños con el apoyo del ICBF, entidad que sí hizo presencia.
La barbarie del Catatumbo no es casual. Un año de abandono de la inteligencia militar permitió que el ELN y las disidencias de las FARC volvieran a arrasar una región frágil. Mientras el ministro de Defensa hablaba de cooperación en Puerto Príncipe, nadie sabía en dónde están los elenos, excepto las víctimas.
Pero si el viaje de Petro en medio de esta coyuntura es una ofensa a la gente y a los alcaldes del Catatumbo, también lo es la respuesta de la oposición. En un giro de ironía política, la derecha, que antes pedía mano dura y criticaba el diálogo de Petro con los grupos armados, ahora rechaza la declaratoria de la Conmoción Interior. En Colombia, el péndulo político se mueve más por conveniencia que por convicción.
En los momentos de crisis y antes de que en 2011 Uribe incorporara el concepto de traición en el lenguaje político, las élites solían llegar a acuerdos para sostener la institucionalidad. Durante décadas, las grandes tragedias fueron seguidas de reuniones de unidad nacional, discursos de consenso y planes conjuntos. Pero hoy, con la política convertida en espectáculo, esas fotos de unidad son parte del pasado.
El Catatumbo no necesita más diagnósticos: necesita presencia estatal, inversión social y un acuerdo real que garantice la seguridad y la reconstrucción del territorio. Y sí, Petro también debería pedir perdón. Pero no en Haití, sino en Cúcuta, en Tibú y en Ocaña, donde treinta mil personas siguen esperando que los ministros que viajaron a Haití en medio del dolor nacional traduzcan su progresismo en acciones para rescatarlas.
