Las tiendas de barrio son mucho más que simples puntos de venta. Son espacios de encuentro, núcleos de capital social y eslabones fundamentales en la economía popular. Los tenderos, además de comerciantes, son dinamizadores del tejido social: conocen a sus vecinos, facilitan redes de apoyo y sostienen prácticas de confianza como el “fiado”. Sin embargo, hoy enfrentan un panorama adverso que amenaza su supervivencia.
Según el estudio revelado por Fenalco la semana pasada, el 82 % de las tiendas de barrio reportó que sus ventas han caído o se han estancado en el último semestre de 2024 y un 30 % está al borde del cierre. El problema no es nuevo, pero las presiones se han intensificado: la inflación pospandemia ha encarecido los costos de operación, la inseguridad los convierte en blanco de robos y extorsiones, y el crecimiento de las grandes superficies y mercados de bajo costo en los barrios ha profundizado la competencia desigual.
A esto se suma la brecha digital. Aunque los pagos electrónicos han aumentado, la mayoría de tenderos no tiene acceso a tecnología que les permita competir con las tiendas de cadena que sí pueden vender en línea y aliarse con plataformas de domicilios. Además, las grandes superficies tienen mayor acceso al crédito, mientras que los pequeños comerciantes lidian con barreras financieras que limitan su capacidad de adaptación.
La crisis de las tiendas no solo afecta a sus dueños. Con ellas se debilita la economía barrial y se reduce el acceso a créditos informales, claves para muchas familias de ingresos bajos. A pesar de que los supermercados ofrecen precios competitivos, solo las tiendas de barrio venden al menudeo y permiten pagar a plazos, una práctica que ha caído un 54 % por la incertidumbre económica.
Otras ciudades han reaccionado para proteger el comercio local. Barcelona ha restringido la expansión de grandes superficies en zonas residenciales; en París y Buenos Aires, los supermercados tienen límites en áreas céntricas; y en México existen políticas que buscan equilibrar la presencia de grandes cadenas con el comercio barrial. Bogotá y otras ciudades colombianas deberían tomar nota.
El impacto de las tiendas va más allá de lo económico. Según Fenalco, el 64,7 % de estos negocios es propiedad de mujeres, muchas de ellas líderes comunitarias que sostienen redes de apoyo en entornos vulnerables. En Medellín, un estudio sobre tiendas y cohesión social en la Comuna 3 demuestra cómo estos espacios han sido esenciales para poblaciones desplazadas y trabajadores informales.
En Colombia existen más de 500 mil tiendas de barrio, de las cuales el 70 % opera en ciudades, justo donde más se necesita fortalecer el capital social. En Bogotá, Cali y Medellín, las mediciones muestran la urgencia de consolidar redes de confianza, cooperación y solidaridad. En el caso de los establecimientos que son el corazón de los barrios, no basta con discursos sobre su importancia: en un país urbano, escéptico y tan acostumbrado a la desconfianza, se requieren decisiones urbanísticas concretas que equilibren el desarrollo comercial con la preservación de estos espacios vitales para la vida vecinal y comunitaria.