En la obsesión de los políticos por presentarse como antipolíticos, terminan negando su esencia y su función social. Es una estrategia de comunicación esquizofrénica: hacen política y tratan de conseguir votos siendo vergonzantes. Como si un médico intentara convencer a sus pacientes de que lo suyo no es operar.
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Los que se proclaman antipolíticos dicen que no tienen ideologías. Eso, en plata blanca, significa que no tienen visión de mundo, que no saben para qué es el poder y no sabrían qué hacer con él.
La RAE define las ideologías como el conjunto de ideas sobre la realidad social, política, cultural, económica y religiosa que tiene cualquier persona o colectividad. Pero en la moda antipolítica la visión de mundo se niega. Así lo hizo Íngrid Betancourt cuando le respondió a Yamid Amat que no escogería con quién gobernar según sus ideas. No le importará si tiene a su lado a un ministro de izquierda o a uno del Opus Dei. Lo pondrá si demuestra que no ha tenido relaciones con el poder, sin conciencia de lo que han significado para Colombia cuatro años de inexperiencia.
Decir lo mismo es lo que le recomiendan los asesores a Álex Char. Ha sido concejal liberal, alcalde, gobernador de Cambio Radical y consejero para las regiones de Santos. Pero cuando le preguntan con quién o con qué se identifica, se limita a decir que es un colombiano. “Prefiero oír que hablar”, insiste, guardando su visión de mundo sobre qué piensa de la Constitución de 1991, de la legalización del aborto, del Acuerdo de Paz. Como si Barranquilla no quedara en Colombia y la historia colombiana no fuera con él.
Hasta el presidente expone públicamente que no se ubica en ningún lugar. Tras retar a la Corte Constitucional, entender la protesta como un desorden publico y preferir el glifosato, Duque asegura que es de “extremo centro” y que el desarrollo no se consigue “mirando para un lado ni para el otro”. Por esa indefinición confunde, para la Cabal es mamerto y para otros es autoritario. Nadie sabe qué es.
Si algo bueno dejó Uribe fue haber sacado a la derecha del clóset y, por oposición, permitir que la izquierda se asumiera y que el centro se hiciera necesario también.
Siguen siendo tan importantes las ideologías, que una reciente encuesta de The New York Times evidenció que en Estados Unidos la gente establece sus percepciones frente a la pandemia según su filiación política. Así, mientras entre jóvenes y viejos de un mismo partido hay visiones similares sobre el virus, entre viejos republicanos y viejos demócratas las diferencias son abismales. Los primeros no le temen al virus y odian el tapabocas, los segundos son provacuna y se cuidan en exceso.
En un contexto con bajos niveles de conocimiento político y tanto clientelismo, lo peor que pueden hacer los políticos por la política es renegar de la ideología. Sin caer en los reduccionismos, la gente merece saber qué piensan quienes aspiran a gobernar. En elecciones, los políticos tienen el deber moral de decir cuál es su visión del mundo y de la vida.