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Titulares calcados hay todos los días, reacciones también. Sean locales o nacionales, los corruptos siempre dicen que demostrarán su inocencia. Sean de derecha o de izquierda, los presidentes aseguran que sobre los violentos caerá todo el peso de la ley. Sea verdad o no, los políticos siempre aseguran que la opinión los eligió para hacer una gran transformación nacional.
En medio de la inercia y las malas historias repetidas, en Colombia las noticias positivas son acerca de la excepción de lo que debería ser obvio pero no lo es. Suelen ser historias cortas, de superación, de vida, nunca estructurales. Las cosas que deberían verse como normales sorprenden: por eso aquí los medios destacan que en un Día de la Madre se redujeron los homicidios o que por fin llegó la luz a un pueblo, cien años después.
Entre tantas historias predecibles, el viernes pasado hubo una excepción: la presentación del Coro Hijas e Hijos de la Paz, de la Filarmónica de Bogotá, en Bélgica. Allí, ante periodistas y representantes del Parlamento Europeo, 18 hijos de firmantes del Acuerdo de La Habana recibieron a los marineros del buque Gloria con un mensaje de unidad. En Amberes y ante el cuerpo diplomático, uniformados y menores interpretaron al tiempo el Himno nacional de Colombia, 24 horas después de que la Armada los despidiera en Bogotá.
Allí, en El Dorado, justo antes de que se montaran al avión, Julián Gallo, senador de Comunes, le dijo a uno de los capitanes que el acto sintetizaba las razones por las cuales había valido la pena firmar la paz. El marino respondió, con un estrechón de manos, que si bien el perdón requiere un proceso emocional, la convivencia es una decisión de vida.
Actos de paz ha habido muchos desde 2016. Pero el encuentro de los militares con los niños del Coro fue especial. No hubo declaraciones de víctimas, ni pedidas de perdón sobre el pasado. Tampoco hubo lamentos ni discursos dramáticos. Hubo amor infantil y promesas de presente: “Los niños admiramos a los marineros”, dijo María Fernanda, de seis años, entusiasmada por usar la gorra de la Armada.
Sobre las excepciones noticiosas “siempre hay algo”, trinó la periodista Yolanda Ruiz al ver la noticia del encuentro en las redes sociales. Y en Amberes ese algo estuvo lleno de un poder simbólico, noticioso, si se considera que la implementación del Acuerdo es y ha sido deficiente: menos de una tercera parte se ha cumplido, dice el Instituto Kroc.
Frente a los incumplimientos institucionales, el poder simbólico es esencial pero no suficiente. El futuro de los niños del Coro Hijas e Hijos de la Paz no solo dependerá de las miradas mediáticas y las declaraciones diplomáticas de quienes defienden la paz. Sus voces también son un llamado a la sociedad para que cierre filas ante la matazón de firmantes, para que no identifique a las disidencias como FARC, para que haya una tabla de Excel en la que se garantice un mínimo seguimiento a las metas del Acuerdo de Paz. Porque si fuéramos tan bellos como el acto del Coro Hijas e Hijos de la Paz, la noticia sería el cumplimiento del Estado y no el faltoneo habitual.

Por Lariza Pizano
