Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Los paros cívicos en Colombia son cíclicos. El que desmontaron los transportadores en la madrugada del viernes pasado, en particular, tiene un componente emocional: evoca a esa mitad de año de 2021, cuando el anuncio de una reforma tributaria en medio de la pandemia generó el estallido social; el más complejo y violento de la historia reciente.
Entonces, ríos de leche que no se podían transportar se perdieron y millones de pollos se asfixiaron en camiones atascados en los bloqueos a la par que subían los precios para todos por la escasez. En mayo de ese año, un bebé murió en una ambulancia que no pudo circular entre Buenaventura y Cali y los daños a Transmilenio fueron de más de $16.000 millones por cuenta del vandalismo.
Son unos pocos ejemplos de los impactos devastadores de ese paro que, según las mediciones del DANE, afectó más la salud mental de los colombianos que la misma pandemia: triplicó la ansiedad entre las mujeres y la mitad de los jóvenes creían no tener futuro en su país.
Con el paro que terminó el viernes, el descontento de los transportadores no se transmitió a otros sectores y el Estado no uso la violencia para reprimir la manifestación. No obstante, la posibilidad de que ese momento se repitiera por cuenta de la intransigencia de los transportadores generó pánico.
Igual que en 2021, la radicalización política sigue a flor de piel y ni siquiera la tragedia suaviza el diálogo político: las redes sociales se dividieron entre derechosos alegres porque a Petro le montaron su propio paro y entre quienes en 2021 atizaron la resistencia de la Primera Línea pero que esta vez se quedaron callados.
En lo que se dice o se deja de decir, en ambos extremos políticos, están las responsabilidades de lo que pasa hoy en Colombia. Sectores del petrismo cargan el saldo de romantizar en el pasado expresiones degradadas de la protesta: las odas de Gustavo Bolívar a quienes hace cuatro años destruyeron monumentos, edificios públicos y estaciones de transporte son ejemplo patente. Abiertamente, una parte de la izquierda idealizó a la Primera Línea y se hizo la de las gafas para no ver los límites entre el vandalismo y el descontento social.
De su parte, la derecha, la misma que en 2020 se inventó vándalos entrando a los conjuntos residenciales (“se entraron al conjunto de al lado”) y que en 2021 radicó una reforma tributaria sin considerar la pobreza que dejó la pandemia, criticó la subida del precio del ACPM, azuzó el conflicto y defendió al pueblo diciendo que toda la clase obrera salió a bloquear. A María Fernanda Cabal no le parecieron vagos los camioneros que dejaron de trabajar, y Paloma Valencia aseguró que el Gobierno estigmatizó a los camioneros que bloquearon el bien general.
Mientras el lenguaje político simplifica y enciende la conversación pública, Petro hace una rueda de prensa sobre un tema desconociendo la agenda del momento y Uribe insiste en que su partido buscará recuperar el poder. Una suma de tragedias tan cíclicas, como las que cada cierto tiempo reviven un paro camionero tan duro como el que se acaba de negociar.

Por Lariza Pizano
