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Romper con el patrón

Lariza Pizano

27 de julio de 2025 - 12:07 a. m.

Esta semana estará marcada por el drama en torno a la decisión sobre el juicio de Uribe. Como es probable que la jueza lo declare culpable de soborno a testigos y fraude procesal, las bodegas ya se alistan. Y no serán solo las que lo llaman “Uribe paraco”, sino las que lo victimizarán, acusarán a Petro, a Iván Cepeda, a Santos, a Maduro, a las ex-FARC y al comunismo internacional que ya no existe, de una conspiración para sacarlo del juego. El plebiscito fue el ensayo general: las fórmulas de Uribe contra “el enemigo” volverán a escena.

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Pero la decisión judicial no solo importa por sus consecuencias políticas, de las cuales debe ser independiente. Es también una síntesis de la manera como se han configurado las relaciones de poder en Colombia. Una historia larga que toma cuerpo en la figura de Juan Guillermo Monsalve, el testigo estrella, quien desde hace tres lustros no ha cambiado ni una coma de su versión: los presuntos vínculos del paramilitarismo con la Hacienda Guacharacas y el intento del expresidente y sus subalternos por hacerlo retractar.

Más allá de lo que diga, cabe preguntarse por qué Monsalve —un paramilitar de rango medio— decidió hablar. Qué lo hizo vencer el miedo, romper con su padre y convertirse en David frente a Goliat. Las razones también se deben a una traición íntima: el expresidente, el patrón de su padre durante su infancia, dueño de la finca donde vivió de los ocho a los 18 años, no le contestó dos cartas. No intercedió para reducirle la pena de 40 años por secuestro, a pesar del vínculo simbólico, jerárquico y afectivo que construyó con su familia. En Guacharacas, donde “se hizo para”, el testigo vivió bajo la lógica del encomendero: el patrón que aprieta, pero también apadrina. El que reparte órdenes, el que trata con diminutivos a sus muchachos —sus trabajadores— y que asiste a sus bautizos y primeras comuniones sin sinceridad, con jerarquía, a cambio de sus lealtades.

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Esa lógica colonial, según la cual donde el patrón se dice “paternal”, explica parte de la decepción de Monsalve. En 2010, ya condenado, el paramilitar envió a la Casa de Nariño dos cartas esperando ayuda presidencial. “Uribe no me contestó”, dijo. Y fue ahí, en esa mezcla de temor, respeto y rabia, cuando decidió romper el pacto simbólico y desafiar a la jerarquía.

Como ha escrito Gonzalo Sánchez, el patrón es heredero del encomendero y del hacendado. Totalizante, autoritario y benefactor. Y el abandono de uno de esos patrones es parte emocional de la herida que convirtió a Monsalve en su peor enemigo. Al “para”, la decisión le costó la pelea con su padre, pero le sirvió para canalizar el abandono en rabia.

Cuando esta historia comenzó, Uribe tenía una favorabilidad mucho más alta que la de ahora. Pero, aunque el poder se ha reconfigurado, la Justicia sigue siendo blanco de ataques cuando incomoda. No importa si viene de Uribe, del Gobierno actual o de sus adversarios: victimizarse y atacar sigue siendo práctica de cada día.

Con el desenlace de esta historia colonial, después de que la jueza Heredia lea el fallo el día 28, vendrán días duros para ella, para la justicia, para la Fiscalía, para la Corte Suprema y para Monsalve.

Por Lariza Pizano

Politóloga de la Universidad de los Andes, académica y especialista en política colombiana.
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