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“Semana”

Lariza Pizano

12 de noviembre de 2020 - 10:00 p. m.

Romantizar el pasado es natural en la condición humana. Creer que todos los muertos fueron vivos buenos, que el mundo era más civilizado, que hace años la política era más sana, a veces son trampas de la nostalgia. Un sentimiento agudizado por una pandemia que enseña que ni siquiera la libertad puede darse por hecho.

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Esa nostalgia se basa en imágenes. En recuerdos que van pasando como fotos con los momentos en que fuimos felices o en los que, a pesar de la dificultad, creíamos serlo al aprender cosas nuevas o salvar el mundo. Salas de redacción. Fuentes. Entrevistas. Diálogos. Deliberación.

Desde hace un año, cuando salí de Semana con otros editores tras la compra de la mitad de la revista por el grupo Gilinski, no había querido escribir una sola coma sobre el tema. En parte, porque es respetable que los medios cambien de posición editorial —más aún si cambian de dueño— y, como empresas que son, decidan con quién trabajan. En parte, también, porque asimilar los cimbronazos se toma su tiempo.

Pero el agradecimiento es la mejor fórmula para salir de las tusas, o al menos para evadirlas. No solo la de haber trabajado años en una casa editorial cuya esencia era otra, sino por lo que representa para el debate político que el país pierda la revista impresa más importante en su historia reciente. La única que quedaba, después de que hace una década la política también llevara al cierre de Cambio. “Nos botaron y nos cerraron, pero no nos equivocamos”, dijo entonces su director, Rodrigo Pardo.

Con la ruptura que acaba de suceder, es poco probable que la revista impresa sobreviva. Habrá otros periodistas para contratar —hay miles que han despedido de otros medios—, pero recuperar el ADN al que se acostumbraron sus lectores será imposible. Semana será otra revista, para otro público.

Ese ADN era el que, desde el establecimiento pero en las profundidades liberales, multiplicaba Felipe López. El ADN de los cierres tardíos, las deliberaciones eternas, los artículos a ocho manos editados y vueltos a editar. Un ADN lleno de hilos liberales, a veces tácitos, que, con ironía o no, se escondían detrás de cada línea. Una esencia sin protagonismos, a tal punto que se les pedía a los editores no firmar. Hablar desde la independencia fue durante años el propósito.

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Con la salida de Felipe, hoy se va gran parte de la redacción que sobrevivió a los recortes y que hizo escuela al lado suyo. Que desde su pluma, también humana y por eso no ajena a equivocaciones, le habló al poder acerca de las libertades, de la política y de la paz .

La nostalgia se alborota al recordar esa Semana que no volverá a ser. Para combatirla: dar las gracias. Gracias a Felipe, por su persistencia. A Ricardo Calderón, por su periodismo. A José Monsalve, Johanna Álvarez y Jaime Flórez, por sacar a la luz la oscuridad del mundo sub judice. A Mauricio Sáenz, por sus trasnochadas como jefe de redacción. A Vladdo, por su mirada. A Cote , por su visión desde el territorio. A Antonio, por su agudeza en cada columna. A Rodrigo Pardo, por sus enfoques. A Ruby , por su compromiso ambiental. Sus audiencias son de ustedes.

Por Lariza Pizano

Politóloga de la Universidad de los Andes, académica y especialista en política colombiana.
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