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Los sesgos cognitivos son tan o más importantes que los errores democráticos que generan los algoritmos. En un país como Colombia, identificar estos sesgos y lograr que la ciudadanía se desprenda de ellos es esencial para mantener las formas de la democracia; sobre todo, de cara a la campaña presidencial que empieza el próximo año, en la que, de nuevo, las prevenciones basadas en miedos están a flor de piel.
El presidente ha declarado 14 veces en 2024 que no se va a reelegir. Sin embargo, el establecimiento tradicional insiste en creer lo contrario y, al tiempo, los petristas interpretan cualquier crítica al Gobierno o a uno de sus proyectos como un intento de golpe. Esta dinámica no solo responde a desinformación o a las noticias falsas: también está profundamente arraigada en sesgos cognitivos como el de confirmación y el de disonancia. Ambos dificultan el diálogo y exacerban las divisiones.
El profesor Francisco Gutiérrez, columnista de El Espectador, ha explicado que Colombia enfrenta más radicalización que polarización porque, aunque existen diferencias ideológicas, no se disputan básicos fundamentales como la defensa de la democracia o la economía de mercado. Además, la mayoría de los colombianos se identifica como de centro. Según la Encuesta de Cultura Política del DANE, el 40,7 % de los ciudadanos se ubican en el centro, el 23,9 % en la derecha y el 13,3 % en la izquierda.
A pesar de eso, la deliberación sigue siendo un reto monumental. Desde el plebiscito de 2016, las narrativas políticas giran en torno a miedos y favoritismos extremos, alimentados por redes sociales y discursos polarizantes. Aunque en ese contexto fue todo un logro que en 2022 ganara la izquierda al hacer posible por primera vez la alternación entre fuerzas políticas esencialmente diferentes, la situación no cambió y los algoritmos y sesgos no dejaron de hacer de lo suyo.
Los temores a la reelección de Petro o a un golpe de Estado por parte de las élites tradicionales ejemplifican cómo operan los sesgos cognitivos. El de confirmación lleva a las personas a buscar información que valide sus creencias preexistentes, mientras que de disonancia las hace rechazar cualquier dato que las contradiga. Estos mecanismos impiden que la ciudadanía participe en un debate informado y plural.
Es urgente que periodistas, analistas y generadores de opinión asuman la posibilidad de identificar y combatir estos sesgos. No basta con promover información veraz; también es necesario diseñar estrategias que fomenten una cultura abierta al diálogo y al disenso constructivo.
Colombia no es Venezuela, y es vital que la política colombiana deje de operar bajo esa premisa. No obstante, de cara a 2025, repensar los sesgos, los miedos infundados y las trincheras emocionales también es clave para salvaguardar los mínimos democráticos porque, sin un terreno común para el debate, el autoritarismo basado en el pánico se irá convirtiendo en una amenaza cada vez más real.
