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Todas las formas de lucha

Lariza Pizano

16 de noviembre de 2025 - 12:06 a. m.
“La foto entre César Gaviria y Álvaro Uribe tiene tanto de comedia como de tragedia”: Lariza Pizano.
Foto: Archivo Particular

En política la memoria suele ser corta, pero el cinismo no. Por eso la foto entre César Gaviria y Álvaro Uribe, y los anuncios de que invitarán a Germán Vargas a sumarse a la imagen, tiene tanto de comedia como de tragedia. Es la postal de una que no se sostiene ni por ética política ni por estrategia. No hay ideario compartido, ni propósito nacional, ni siquiera una conversación pendiente sobre el pasado: solo la obsesión de ganarle a la izquierda.

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Hace apenas unos años, Gaviria acusaba a Uribe de tener “una lista de odios y de guerra” contra políticos, magistrados y periodistas. Uribe respondía que el gobierno liberal había “gobernado con criminales”. Vargas, por su parte, que llamado por Uribe “ambicioso sin límites morales”. Pero hoy los dos expresidentes, como si nada de eso hubiera ocurrido, posan juntos para anunciar una cruzada por la institucionalidad. Solo les falta sumar a Pastrana.

El problema no es solo de coherencia, sino de sentido político. Es imposible hablar de un proyecto común entre quienes se han enfrentado en todo: en la paz, en los derechos civiles, en la visión del Estado. Gaviria fue jefe de la campaña por el Sí en 2016, mientras el uribismo montó su discurso sobre el miedo a la paz. El Partido Liberal votó contra el referendo que buscaba prohibir la adopción por parte de parejas del mismo sexo y el Centro Democrático lo promovió con entusiasmo. Fue el Partido Liberal de hace 15 años el que promovió los debates sobre falsos positivos y chuzadas.

Por eso, la coalición que se dibuja es una transacción: una unión por el espanto. No los une un proyecto de país, sino la necesidad de sobrevivir políticamente frente a una sociedad que ya no los reconoce.

Aunque menos disonante, igual de aburrida es la alianza que se pinta entre Marta Lucía Ramírez, Peñalosa y Vicky Dávila. Si bien los tres se han dado menos varilla, son personajes ya sin novedad. El trabajo de Peñalosa en Bogotá lo aleja de la derecha, pero su narrativa de gestión se desdibuja con esas compañías. Y Vicky Dávila, que está en campaña desde antes de ser candidata, parece moverse más por el odio a Petro que por alguna propuesta real. Una alianza de lugares comunes.

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Aun si funcionaran en los salones bogotanos, estas coaliciones naufragan en el país real. El electorado de 2022 votó por Petro, entre muchas razones, para cerrarle el paso a los políticos que considera tradicionales. Así el presidente lleve 34 años en el juego político legal, incluso los antipetristas perciben que los aliados, que además ya gobernaron, son rostros del pasado, de las componendas, del cálculo y del desprecio por las reformas sociales.

Porque el fondo, lo que revelan esas imágenes no son alianzas, sino espejos. Reflejan la crisis de un liberalismo sin principios, de un uribismo desgastado, de unos candidatos sin mística. Reflejan que hay políticos dispuestos a unirse hasta con el enemigo por ir en contra de alguien y no a favor de un proyecto.

Pero también muestran algo más: que la historia avanza, incluso sin varios de ellos. En el caso de los expresidentes porque, mientras se abrazan para detener el tiempo, el país —con todas sus contradicciones— se ha movido hacia otro lugar.

Por Lariza Pizano

Politóloga de la Universidad de los Andes, académica y especialista en política colombiana.
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