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Para muchos de quienes hemos ejercido el periodismo y fuimos de una generación diferente a la suya, también fue dolorosa la muerte de Antonio Caballero. Más aún, para quienes trabajamos en Semana y él estaba cerca, cuando esa era aún la revista con que compartía identidades y a la que solía fortalecer con sus agudos enfoques editoriales.
Algunos medios como El Espectador y la HJCK hicieron un cubrimiento profundo sobre la vida de Caballero. Otros llenaron párrafos con lugares comunes y asumieron la irreverencia de Caballero como una característica exclusivamente personal, sin considerar que tal vez estaba ligada a una virtud propia de su esencia periodística. “Ha muerto el gran rebelde del periodismo colombiano”, titularon algunos. Otros centraron sus reflexiones en la naturaleza de su alma insubordinada.
Ni la rebeldía ni la insubordinación deberían ser consideradas rarezas en un periodista de verdad, incluso si, como Caballero, hubiera nacido en el establecimiento. Lo que debería ser raro es que los periodistas sean particularmente amables con el poder, y no, como lo hizo él, que se nieguen a dejar de hablar duro, a buscar matices para no incomodar o a hacerles caso a las líneas editoriales de las separatas comerciales.
Con Caballero se fue también un pionero de Semana, la anterior Semana, la cual siempre ayudó a levantar con su mirada. Es triste pero predecible que en la última edición, al registrar su partida, alguien haya escrito que él, “más que la actualidad nacional y mundial, dedicó la mayor parte de sus letras a la tauromaquia”. Al menos, desde noviembre de 2020, cuando renunció a la revista, esa ya no era la suya, en la que el 90 % de sus columnas trataron sobre lo mismo: el fracaso de la guerra contra las drogas.
“Soy un crítico, pues. Lo he sido de casi todo. Crítico de toros, crítico de arte, crítico de literatura y crítico de política. Más exactamente, crítico del poder. Y más exactamente aún, crítico obstinado de eso que los ingleses llaman el ‘Establecimiento’: ese armazón de clase, ideología e intereses que constituye el trasfondo y el motor del poder”, dijo Antonio Caballero en 2001, cuando se ganó el Premio de Periodismo Simón Bolívar. Eso es lo que hoy se califica como “rebeldía”, pero que por naturaleza todos los periodistas deberían tener.
