La palabra “resiliencia” se puso de moda en Colombia con la liberación de Clara Rojas e Íngrid Betancur. “Resilientes”, les dijeron en todos los reportajes hechos desde 2008, en los que valoraban cómo habían aguantado años en la selva. Senderos de resiliencia, llamó Clara a su podcast. “Resiliencia: ¿resistir o morir?”, tituló un medio español la historia de Íngrid.
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Desde hace unos años, ya por cuenta de la firma de la paz, la palabra “resiliencia” se convirtió en un calificativo para comunidades enteras. Sobre todo, para aquellas que más habían sufrido el impacto del conflicto: comenzó a hablarse de la resiliencia de las víctimas, de las madres, de pueblos enteros que habían sido azotados por las balas y que seguían la vida, a pesar de todo.
El término sigue en boga. Y no solo lo usan las ONG y los expertos en superación personal. En los discursos oficiales cada vez toma más fuerza. De hecho, lo usa muy seguido el presidente Iván Duque. Lo hizo el 20 de julio para referirse a los militares cuando sancionó la Ley de Honores al Ejército. También, tras el huracán en Providencia, cuya comunidad, dijo, “es un ejemplo de resiliencia y fortaleza”. Y en la tragedia sanitaria, para felicitar a los colombianos por el aguante. “Este país ha demostrado su resiliencia durante la pandemia”, afirmó en la Conferencia de Salud de las Américas.
Agradezco al escritor Cristian Valencia haber mandado a la porra el término “resiliencia”. En una maravillosa colección recientemente publicada por la Comisión de la Verdad, el columnista publicó el texto “Resiliencia en la tierra”, en el que describe con sabiduría cómo esa palabra se ha usado en Colombia para felicitar a todos aquellos que tienen la capacidad de sobreponerse, literalmente, a comer mierda. “He visto reportajes sobre la capacidad de resiliencia de El Salado o de Bojayá… reportajes que dan ganas de vomitar”. “¿Qué otra cosa podrían hacer esas comunidades?: seguir adelante, claro, porque el día a día termina por diezmar todos los lutos, por esconderlos en algún rincón del alma”, se responde Valencia.
La resiliencia no es una virtud que se dé por sí sola. La gente resurge, pero sin ayudas no lo hace del todo bien. En los textos serios de psicología, la resiliencia es la capacidad de salir adelante pero curando heridas, oyendo verdades. Sin sanación, la resiliencia es un simple aguante. Es solo inercia. Es pararse para caminar, pero cojeando.
Las víctimas del conflicto que no han sanado son tierra fértil para que crezcan el odio y la venganza. Los sin techo, sin ayudas económicas ni mentales son más proclives a la rabia. Seis de cada diez colombianos se sienten angustiados o deprimidos por cuenta de esta trágica pandemia.
No faltarán quienes digan que todos ellos podrán adaptarse, que ya llegará el cambio, que son unos berracos por haber superado los problemas, el dolor, el luto. Por pararse solos, sin psiquiatra, sin trabajo, sin Estado. No faltarán las felicitaciones y los reconocimientos por resurgir de las cenizas, por renacer callados, por ser resilientes, guardar silencio y esperar indefinidamente a que su EPS les diga que son aptos para una vacuna. ¡Resilientes, carajo!