*Invitamos a nuestros columnistas a contarnos de las ideas que defendieron y que, ahora, perciben de manera diferente. Esta columna es parte del especial #CambiéDeOpinión.
Esta semana se conoció la encuesta anual de percepción ciudadana del programa Cartagena Cómo Vamos, que señala que en 2023 aumentaron las personas que creen que las cosas en esa ciudad van por mal camino. En medio de una que otra muestra de buen ánimo, los datos en general marcan en rojo a la administración del saliente William Dau, el “quijote” que hace cuatro años, contra todo pronóstico, venció a las maquinarias que por décadas saquearon las arcas de los cartageneros.
A pocos meses de terminar ese gobierno, más de la mitad de los ciudadanos siguen considerándose en pobreza y dos de cada cinco declaran no tener para las tres comidas diarias. También, con respecto al año pasado, subió la sensación de inseguridad, hay más insatisfacción respecto a cómo se invierten los recursos públicos y subió la imagen desfavorable de Dau: siete de cada diez personas que lo conocen tienen una mala imagen suya.
Mucho de lo que efectivamente pasó este cuatrienio va en sintonía con esa percepción. Según el más reciente informe de calidad de vida del mismo colectivo, Cartagena es la ciudad capital principal que más lejos está de los niveles de prepandemia en cuanto a tasa de desempleo y las muertes violentas crecen sin parar desde 2019.
Por supuesto, el balance del mandato de William Dau es mucho más complejo que decir malo o bueno. Su gobierno adelantó una sólida gestión fiscal, que se tradujo en pago de créditos y más recaudo tributario, que fue reconocida por la calificadora de riesgo gringa Fitch Ratings, como lo explicó La Contratopedia Caribe. El otrora veedor fue, además y sobre todo, el alcalde que demostró que los políticos ladrones no son invencibles y ayudó a mantener la indignación ciudadana en contra de los corruptos.
Pero en lo negativo que deja hay que decir que lo mataron la inexperiencia y el convencimiento de que toda negociación política es corrupción. Eso, sumado a su conocida personalidad explosiva y de maneras burdas, lo llevó a pasar buena parte de sus cuatro años casando peleas con quienes hubiera podido buscar hacer llave para garantizar mejores resultados. Dau arremetió —varias veces con calumnias, sobre las cuales le tocó luego rectificar— en contra de empresarios, concejales, periodistas, del procurador, del contralor y de sus propios aliados. Le encantaba acusar a cualquiera que lo criticara de “malandrín” y de quererlo bloquear.
Semejante dinámica ayuda a entender por qué durante su mandato, por mencionar un par de ejemplos, aumentaron tanto los tiempos de incorporación presupuestal en el Concejo (pasaron de 29 a 54 días entre el cuatrienio pasado y el suyo) y los 110 cambios de funcionarios que hizo, entre encargados y en propiedad.
Hace cuatro años, como cartagenera y periodista testigo del desangre a Cartagena de 12 alcaldes en una década, me alegró su triunfo y, especialmente, la derrota de los clanes corruptos y parapolíticos. Igual que en mi región, celebré la victoria de “quijotes” sobre cuestionados en ciudades como Cúcuta y Buenaventura. Me parecía que llegar por fuera del entramado de mafias y clanes, y no tener padrinos cobrando la financiación de la campaña, era todo. En una historia de La Silla Vacía, me atreví incluso a predecir que las maquinarias habían entrado en jaque por cuenta de los outsiders.
En estas elecciones locales, en las que el péndulo se devolvió y la política tradicional ratificó su dominio en las regiones, me queda claro que, aunque la independencia no es poco, esta no basta si no se cuenta con mesura y pericia frente a un sistema tan complejo, definido por el arte de la transacción. Las buenas intenciones y los discursos solos no son suficientes. Para la muestra, el botón de Cartagena.