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El 13 de julio pasado, una persona de Barranquilla, que ha trabajado para los Char de manera cercana y es conocida localmente por defender ese proyecto político, me escribió al teléfono: “Toda mi solidaridad contigo. Aunque lo más probable es que me provoque discutir contigo algunas cosas que están ahí, lo único más escandaloso que la prohibición, es la prohibición a publicar”.
De la cantidad impresionante de mensajes que he recibido desde que conté el silenciamiento a mi libro La Costa Nostra, este me ha parecido de los más llamativos. Por inesperado, claro. Por acaso revelador, si se quiere. Pero, más allá, sobre todo porque lo sentí como la constatación de que aún en medio de las diferencias más profundas hay valores superiores que nos hacen coincidir. O deberían hacerlo.
Al respecto, la lección más valerosa y contundente la ha dado estos días el coro. El de las voces de lectores, ciudadanos, periodistas, artistas, escritores, editores, que espontáneamente se han juntado para rechazar públicamente cualquier clase de censura y gritar con fuerza en defensa de la libertad y de la palabra.
La señora ama de casa, que escribe preguntando dónde puede donar para apoyar la impresión. Los estudiantes que ofrecen su editorial recién nacida. Los colegas, amplios para detallar lo ocurrido y lanzar preguntas pertinentes frente a la opacidad (¿qué hay detrás?, ¿quién se movió?, ¿dónde está la pata que le falta a la mesa?). Los abanderados de la expresión libre y sus renuncias y pronunciamientos llenos de dignidad. Tantos amigos, y tantos desconocidos, preguntando espléndidos en qué ayudan y lanzando el poderoso: “Estoy contigo”.
Han sido las horas de la generosidad y la resistencia. El coro se ha hecho oír, y ya no tanto por un libro vetado, como en respaldo a principios que constituyen los fundamentos de la democracia y cuyo desconocimiento nos afecta a todos. En semejante comunidad ética, se siente uno hermanado por algo superior.
Me es imposible aquí mencionarlas a todas, pero a cada una de esas voces: muchas gracias, y que sigamos sonando alto, ojalá abriendo el necesario debate de la censura y la autocensura en el periodismo.
Escribió Borges que la felicidad no necesita ser transmutada en belleza, pero la desventura sí. Es lo que siento que ha pasado. Creo que no es poco en este país quebrado, que muchas veces percibimos sin remedio.
La Costa Nostra va a ver la luz antes de las elecciones regionales. El pasado jueves firmé un contrato con la editorial independiente Rey Naranjo. La publicación cuenta con el abrazo de la Cámara colombiana de la edición independiente (que reúne 76 a editoriales independientes del país, entre ellas Rey Naranjo), y el apoyo de la Liga contra el Silencio (una alianza de 16 medios de varias regiones), de las fundaciones para la Libertad de Prensa (FLIP) y El Veinte, y de La Silla Vacía, que lo ha impulsado desde el principio. Vamos juntos, seguimos en coro.
En el mismo sentido de la persona cercana a los Char, será un privilegio que alrededor de esta investigación se abra una discusión. Como con toda la palabra escrita: que lo lean, lo critiquen, lo rechacen. Pero que jamás nadie pueda festejar su silencio. Esa no es una opción.
