El periodista camina despacio, la cabeza gacha mirando el celular, hasta que ve unos policías. Se oyen voces enfurecidas que le gritan y, cuando dos de los hombres que vociferan se acercan, el agredido estira su brazo hacia ellos como intentando que mantengan distancia. “¡Fuera!, ¡hijueputa!, ¡Caracol lambón!, ¡sapo!”, le dicen.
Se llama Brandon Esparragoza, tiene 28 años y trabaja para Caracol Radio en Barranquilla. Lo conocí en una capacitación que dicté hace poco sobre cómo cubrir la corrupción electoral, y me dejó la impresión de ser un colega lleno de ganas de acumular herramientas para ejercer bien el oficio. Alguien que simplemente quiere hacer su trabajo.
La escena quedó registrada en video esta semana, durante las marchas convocadas a favor de las reformas del Gobierno. No es, por supuesto, ni la primera ni la peor agresión a la prensa, en un país en el que se contaron al menos 300 agresiones a periodistas por parte de la Fuerza Pública en el paro nacional, por poner solo un ejemplo.
Pero esta sí es una muestra de quiénes son los que quedan en riesgo de violencia verbal y física con los ataques generalizados a “los medios”: los periodistas de a pie. Muchos que, como Brandon, estamos lejos de manejar hilos y fraguar supuestas conspiraciones y nada más queremos garantías para cumplir con nuestra labor.
Las cinco agresiones documentadas por la Flip contra reporteros en las manifestaciones evidencian que esa arremetida está lejos de abrir el necesario debate acerca de la calidad del periodismo.
El responsable de lo que ocurra es el presidente Gustavo Petro. Es él, el hombre más poderoso de Colombia, quien tiene el deber de dar ejemplo de tolerancia a las críticas y al trabajo periodístico. Porque cuando él habla, sus seguidores actúan en consecuencia.
¡Claro que ni el racismo ni las mentiras son admisibles! Pero frente a esas prácticas vergonzosas -y frente a cualquier desacuerdo- los poderosos cuentan con herramientas como el constitucional derecho de rectificación y solicitudes opcionales de réplica.
Más allá de su retórica, ¿cuántas solicitudes de rectificación habrá presentado Petro a medios por algún dato que consideró falso?
Los periodistas no tenemos libertad para difundir embustes, pero él tampoco la tiene para negarse a tramitar sus discrepancias como corresponde.
El descrédito del periodismo no es nuevo y, en algunos casos, está muy bien ganado. Como sociedad urge replantear el contrato social entre la ciudadanía y los medios. No menos cierto es que es por el coraje y empeño de periodistas que este país ha podido conocer escándalos que han expuesto a corruptos, parapolíticos, chuzadores y dudosos altos funcionarios, como pasó recientemente en el caso Benedetti-Sarabia.
En otro video de estos días, la actriz Margarita Rosa de Francisco dijo que los zares de “los medios” eran unos miserables que tenían la cachaza (el descaro) de indignarse con Petro.
No son solo ellos. Más de un reportero raso está, además, con miedo de terminar agredido en la calle. Había ocurrido en otros gobiernos (como el pasado, de Iván Duque), en los que también se deterioró el valor de la libertad de prensa. Lo que pasa es que ahora habían hablado de un “cambio”. Perdón por tener la cachaza de reclamarlo.