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Los nuevos caciques que definirán el poder en 2026

Laura Ardila Arrieta

28 de abril de 2024 - 04:05 a. m.

La gente se cansó. Más o menos desde 2018, y debido a ese hartazgo ciudadano, se viene vislumbrando en Colombia una suerte de ruptura con las viejas formas clientelistas de hacer política. Los cuatro momentos electorales que hubo ese año así lo evidencian: la masiva votación de Antanas Mockus al Congreso, la debacle de Germán Vargas Lleras y sus maquinarias a la presidencia, la llegada de Gustavo Petro a la segunda vuelta presidencial, los más de diez millones de votos de la primera consulta popular anticorrupción del país sin buses ni tamales.

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Ni qué decir de la memoria más reciente de los independientes que en 2019 vencieron a grupos corruptos en ciudades como Cartagena, Buenaventura y Cúcuta, y de la renovación de más de la mitad del Congreso y la llegada del desmovilizado de una guerrilla a la Casa de Nariño en 2022. Pero el sistema de clanes y mafias que domina en la periferia con ayuda del poder central es abrumador y persistente y, como es sabido, el año pasado de elecciones locales revalidó su dominio en las regiones, y con ese vigor promete seguir jugando en las siguientes legislativas y presidenciales.

Frente a ese panorama complejo, bien vale revisar cómo el tiempo y sus recomposiciones han hecho emerger en esas maquinarias rostros recientes o viejos conocidos, que se graduaron de grandes jefes, justamente, tras las regionales de 2023. Son los nuevos caciques de Colombia y es clave mapearlos porque serán ellos los que muy seguramente estarán liderando, de frente o en secreto, las movidas que definirán el poder en 2026.

En mirada breve para este espacio, el exsecretario general del Partido Liberal, Héctor Olimpo Espinosa, por ejemplo, es el nuevo mandamás de Sucre. Siendo él gobernador, su grupo repartió burocracia y pidió votos a contratistas para hacer llegar al Senado a su hermana Karina Espinosa con más de cien mil votos en 2022. Luego, el año pasado, se asoció con el cuestionado Yahir Acuña para mantener el control de la gobernación, por la vía de una vieja aliada: la hoy gobernadora Lucy García. La maquinaria Espinosa tiene influencia en la Contraloría departamental, coalición mayoritaria de diputados, cinco alcaldías, el Instituto Departamental de Deportes y conocida liga con el corrupto Emilio Tapia, cuya red de empresas cercanas ha ganado millonarios contratos en la era de este cacique.

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En Santander, con la venida a menos de Rodolfo Hernández y los Aguilar, al hablar de superpoder se dice Díaz Mateus. Ese es el clan que lidera Iván Díaz Mateus, exsenador condenado por la ‘Yidispolítica’, quien tiene asiento en la Cámara con su hermano Luis Eduardo Díaz Mateus y el año pasado logró ganar la gobernación en cabeza de su otro hermano: Juvenal Díaz Mateus. De los 87 alcaldes de Santander que se posesionaron en enero, solo 11 no acompañaron los intereses electorales del trío familiar.

Similar asunto ocurre con el todopoderoso gobernador de Córdoba Erasmo Zuleta Bechara, delfín y heredero del clan Bechara (cuyo capital social y económico viene de ser dueños de la Universidad del Sinú), que comenzó como un modesto grupo político y hoy es el reemplazo de los otrora poderosos senadores conocidos como los Ñoños. La maquinaria de Zuleta se quedó en estas regionales con 25 de 30 alcaldías cordobesas y maneja la Personería de Montería y la corporación ambiental del departamento (CVS), a través de dos jefes políticos aliados. Además, tiene influencia en la Fiduprevisora, un botín burocrático nacional que el presidente Petro le entregó al Partido de La U, en donde milita la representante Saray Robayo Bechara, prima del mandatario Zuleta.

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En Antioquia, el grupo del cuestionado exsenador Julián Bedoya, otro aliado del petrismo, se atribuye unas 20 alcaldías y cuenta con sillas en Senado y Cámara. Igual que el senador de La Guajira Alfredo Deluque, que no es aliado de Petro, pero también tiene una Cámara y el año pasado se quedó con la gobernación de su departamento y nueve de las 15 alcaldías guajiras. Deluque, junto a su socio Nemesio Roys, hace parte de una generación de hijos de viejos políticos de La Guajira, que se toman el poder en la era pos ‘Kiko’ Gómez (el terrorífico exgobernador condenado por homicidio).

Esta columna tendrá segunda parte. Por muerte o por líos, desaparecieron o se disminuyeron los Gerlein, los García, los Cotes. Pero los clanes no se acaban. Solo mutan.

Por Laura Ardila Arrieta

Periodista Caribe con un gusto especial por la crónica y los reportajes sobre el poder. Autora del libro ‘La Costa Nostra’, historia no autorizada del clan Char. Ha ganado cinco premios nacionales de periodismo, incluyendo el Simón Bolívar en la categoría Periodista del año en dos ocasiones.
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