La curva de los datos asciende cada año y 2025 no fue la excepción. Unos 304 millones de personas viven hoy por fuera de su país de nacimiento, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM); eso es casi un cuatro por ciento de la población mundial. De manera voluntaria, y tantas veces forzada, nos movemos para buscar seguridad, educación, trabajo, familia.
Esta semana se conmemoró el Día Internacional del Migrante, la fecha para poner de presente esa realidad y todo su valor, con un balance doloroso: este que termina ha sido uno de los años más crueles padecidos por los migrantes. Por las acciones efectivas en su contra en países como Estados Unidos, y por el odio que se extiende en el planeta como el peor de los virus, azuzado por hombres poderosos que hacen de la xenofobia una estrategia política y de la indolencia un modo cómodo de mirar el mundo.
En Estados Unidos la arremetida batió récords. De acuerdo con un boletín del Departamento de Seguridad Nacional de hace unos días, a lo largo de 2025 fueron arrestados 595 mil inmigrantes en ese país y deportados 605 mil. En España, el segundo gran destino de los latinoamericanos, pudimos verle la cara al odio, por ejemplo, la noche en que en la región de Murcia salieron encapuchados, con insignias de ultraderecha y palos en las manos, a “cazar ilegales”, luego de que algunos líderes del partido de ultraderecha Vox prometieran expulsar a ocho millones de migrantes.
Este 18 de diciembre, la directora general de la OIM, Amy Pope, recordó lo que omiten esos odiadores: las personas que migran hacen diversas contribuciones a las comunidades en las que viven y trabajan: aportan nuevas ideas, asumen trabajos en sectores esenciales, fortalecen las economías locales. “Hoy honramos a las personas que partieron a la búsqueda de seguridad y oportunidades y aprovechamos la ocasión para pedir una mayor solidaridad internacional para, de tal modo, contar con sistemas justos e inclusivos que las protejan. Cuando la migración es gestionada con dignidad y con propósito, beneficia a todos”, dijo. Pero las cuentas de fin de año de cierta dirigencia lamentablemente no incluyen ni dignidad ni propósito. Ni tampoco una verdad ancestral: todos somos hijos de la migración, del encuentro entre “distintos”, de ese trasegar milenario del hombre siempre en búsqueda de nuevos vientos y de sentido. Es lamentable que haya quien no vea la paradoja: la derecha española que hoy rechaza a los migrantes del Magreb, y les llama “moros” con desprecio, olvida que la península ibérica estuvo casi ocho siglos bajo dominio musulmán, y que España no sería lo que es hoy sin esa historia de la que ahora muchos reniegan, y que incluso forma parte de la herencia que contribuye a definir la identidad latinoamericana; por mencionar apenas una contradicción. “Yo no soy de aquí, pero tú tampoco”, canta Drexler.
“Migrar” es exactamente, según la definición de la RAE, trasladarse desde el lugar en que se habita a otro diferente. Una de las acepciones de la palabra “lugar” se refiere al momento, a la ocasión, al tiempo. Así que migrar no es únicamente pasar de manera física de un punto al siguiente: es también cambiar, aprender a hacerlo, transformarse, o al menos intentarlo. Migrar de un pensamiento de rechazo a uno de apertura, del miedo a la comprensión y a la autocomprensión. Habitar mejores sitios, no sólo afuera sino adentro. En eso están los migrantes, que somos todos. Mis deseos decembrinos para que el año entrante siempre lo logremos.