La noche del 25 de octubre de 2015, muchos en Sincelejo dormimos con miedo. En la capital sucreña corría el rumor de que se presentarían alteraciones en el orden público y algunas calles se apagaron más temprano de lo normal para ser domingo. Puntualmente, decían que hordas de mototaxis —el medio de transporte más usado y dueño de las vías allá— se tomarían los barrios para protestar. La razón: Yahir Acuña, uno de los principales promotores de ese gremio en los últimos años, acababa de perder la Gobernación de Sucre.
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Fueron las elecciones regionales en las que los sincelejanos, casi nunca objeto del interés nacional, se convirtieron en una de las principales noticias de la jornada en el país. Con entusiasmo, y sobre todo indignación ciudadana, habían logrado impedir que el ahijado político del paramilitar Salvador Arana se quedara con el poder del departamento en cuerpo ajeno: en el cuerpo de su entonces esposa Milene Jarava de Acuña, que era la candidata.
Jarava perdió ese día frente a Édgar Martínez, el gobernador que llegó con voto de opinión, pero también gracias a la maquinaria de varios políticos cuestionados que no querían perder espacios frente a Yahir Acuña, en otra muestra de lo compleja que es la política.
El triunfo de Martínez —o, más bien: la derrota de Yahir— estuvo determinado además por unos medios nacionales que esa vez le dieron particular importancia a la disputa por Sucre. Estos ayudaron a difundir las cuestionadas movidas del excongresista Acuña, que se hizo famoso por repartir whiskey y billete a cambio de votos, y en ese momento estaba ya siendo investigado por sus presuntas relaciones con el paramilitarismo.
Hasta las autoridades parecieron ayudar. Días antes de las elecciones, la Policía aprehendió a Yahir Acuña mientras se movilizaba en su camioneta con 487 millones de pesos en efectivo. Él aseguró que no era plata para comprar votos sino el resultado de una transacción comercial familiar, pero ya había quedado expuesto.
En este tiempo que pasó desde entonces, Acuña volvió a lanzarse (y a perder) por la Gobernación, se convirtió en diputado, hizo oposición, mantuvo burocracia y se separó de su esposa (el dato es relevante periodísticamente porque ella es congresista y ahora se mueve políticamente por su lado). Nunca pudo, sin embargo, quedarse con los principales cargos del departamento, hasta el año pasado que fue elegido alcalde de Sincelejo.
Lo hizo con una campaña que hizo honor a su conocida estrategia de tirar a dos manos plata y dádivas, como lo detallé en esta columna. La indignación ciudadana con él, si es que todavía existe, no alcanzó. Además, esta vez, contó con el apoyo del grueso de la clase política local, representada por el entonces gobernador Héctor Olimpo Espinosa, cuyo grupo lo respaldó.
También, la justicia actuó tarde. Mejor: medio actuó y tarde. Tras varios años de investigación sobre hechos que mucha gente comenta en Sucre, la Corte Suprema citó a indagatoria a Yahir Acuña por presuntamente promover grupos armados al margen de la ley, entre ellos Los Rastrojos, cuando ya estaba elegido.
En estos meses, el alcalde Acuña ha administrado como reyezuelo al lado de su nueva novia y de su hijo mayor, quienes son tratados como patrones, como también lo conté en este espacio.
Hace poco, entregó un contrato de 25 mil millones de pesos para montar un frente privado de seguridad con motorizados vestidos de negro que patrullan la ciudad, evocando las horas más asustadoras del paramilitarismo.
El asunto tiene de nuevo escandalizado al país. Pero aquí todos sabían quién era Yahir Acuña.