Es la ventaja de la política tradicional y de las maquinarias: que nunca paran, nunca improvisan y siempre tienen al día sus cálculos. En tiempos electorales la hacen valer y se nota. Seguramente conoceremos muchas historias de aquí a los próximos meses de campaña, pero por ahora una evidencia que ocurre en el Caribe: allí, tres estructuras que han orbitado alrededor del charismo, ese símbolo del poder clientelista de siempre, están a punto de aterrizar en un partido que se ha comprometido a otra cosa (así varias veces lo haya incumplido): el Verde. Incluye hasta a un aspirante que llega con el propio apellido Char.
El primer caso es el del senador del Magdalena Antonio Toño Zabaraín, hoy firmemente ubicado en la bancada propia que tienen los Char dentro de Cambio Radical. Zabaraín no repetirá en el Congreso y recurrirá a la clásica fórmula de intentar dejar la curul en familia. Su hijo, también llamado Antonio, será el candidato, pero no por Cambio Radical, y mucho menos por la línea charista, que definió otros nombres para 2026 sin incluirlo. El heredero de Zabaraín pidió pista en la lista de coalición que llevarán los verdes con el movimiento En Marcha del exministro Juan Fernando Cristo, entre otras fuerzas. Justamente, el aval le fue asegurado directamente por En Marcha, como lo pude confirmar con dos fuentes conocedoras.
El segundo movimiento viene de la estructura del diputado sucreño Mario Fernández Alcocer, uno de los caciques más poderosos de su departamento, nacionalmente conocido, entre otras cosas, por su parentesco con la primera dama Verónica Alcocer. Sobre todo, Fernández es el esposo y jefe político de la senadora de Cambio Radical Ana María Castañeda, que en un tiempo fue aliada de los Char, al punto en que en varias ocasiones el hoy diputado viajó a Barranquilla a reuniones con Fuad Char, el patriarca de los Char. En el gobierno Petro, por peso familiar, Castañeda se apartó de la postura de oposición de su partido, que llegó incluso a sancionarla dejándola sin voz ni voto durante el último año de la legislatura por negarse a votar en contra de la consulta popular propuesta por el presidente. Hoy, su salida del vargascharismo y del Congreso es un hecho. La intentará reemplazar su pareja Fernández, quien entrará a la lista verde pintada, al igual que Toño Zabaraín, por la vía de Cristo, pues milita en En Marcha.
El tercer nombre es quizás el más llamativo: Farid Char Barrios. Un abogado barranquillero, sin experiencia en política, que jamás ha militado en el clan Char, aunque sí tiene parentesco con ellos, y ahora quiere concretar una candidatura al Senado, también en la lista verde (que incluirá a Colombia Renaciente y ASI). Él no hace política con los Char. Quien sí la ha hecho es su suegro: el diputado del Atlántico Carlos Rojano, influyente político local, dueño de una de las maquinarias barriales más conocidas del departamento. Rojano se hizo especialmente poderoso durante los años en que fue concejal favorito del desaparecido gerleinismo y, aunque llegó a la Asamblea con aval del Centro Democrático, se graduó de importante aliado de los Char cuando en 2018 su hija, Karina Rojano, logró una curul en la Cámara de Representantes como parte de la bancada informal que consiguió ese año el charismo. La exrepresentante Rojano es la esposa de Farid Char y uno de los principales respaldos de su aspiración. A diferencia de Zabaraín y Fernández, Farid Char no pasó por la oficina de Juan Fernando Cristo, sino que solicitó directamente a los verdes su aval. Una alta fuente me confirmó que los tres avales serán concedidos, pues no transgreden los criterios generales establecidos por la coalición para negarlos. Entre ellos, que se trate de aspirantes con procesos judiciales en firme o que tengan algún familiar hasta en cuarto grado de consanguinidad con uno. Bajo esas reglas, los verdes acaban de negar, por ejemplo, el aval al hijo de Iván Name, el exsenador verde en juicio por corrupción y una de las mayores vergüenzas de esa colectividad.
En el fondo, lo que estos tres casos muestran no es solo la capacidad de adaptación del poder tradicional, sino la vulnerabilidad estructural de fuerzas que proponen independencia, pero siguen sin cultivar liderazgos fuertes y permanentes en las regiones más allá de Bogotá, además de su capacidad de mirar para un lado cuando de votos se trata. Mientras, los que han sabido profesionalizar cada milímetro de su oficio juegan su propio ajedrez.