Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Me han preguntado ¿qué clase de columna es esta, que solo cuenta historias de antaño? Un lector también escribió: “La nostalgia de la editora cultural deja mucho que pensar. Muestra lo anodino de sus ancestros rurales antes de la acelerada urbanización, carentes de peso histórico pero llevados a letras de molde por la cómoda posición de la editora. Cuanto (sic) desperdicio”.
Y hoy pienso que debo contestar: mi nostalgia no es más que la decisión de tener una posición a través de algo más revelador que una opinión: las historias. Y elegí las de los viejos porque me acercan a una certeza: ellos pudieron vivir con más tiempo. Y yo quiero recordarme que también lo tengo, así este sistema en el que vivimos hoy me quiera convencer de que no me puedo tomar unos segundos más para pensar, de que solo debo producir y de que debo hacerlo ya. Así, además, este mundo espere de mí, periodista o no, una opinión, como si eso fuese a sumar algo, a calmar los ánimos, a conciliar los conflictos, a convencer a alguien de un prejuicio que no he tenido tiempo de reconocer.
Esta columna nació con el nombre de mi abuela y sus historias en el centro, porque no quiero pontificar. Les creo a los que me dijeron que opinar, sobre todo desde mi oficio, ensuciará mi valor más preciado como profesional: mi credibilidad.
Quisiera cuidarme de la soberbia: claro que pienso muchas cosas y prefiero a mucha gente, pero desde que firmo textos en un medio, eso no importa.
Y lo reitero, tampoco creo que me libre de la opinión totalmente. Elegir contar que, a caballo y con ayuda de una mujer igual de menuda a ella, mi abuela salvó un montón de vacas en una finca y hoy, a sus 88 años, cuenta esa historia sin parar, con un destello en los ojos que la llena de adrenalina, orgullo y nostalgia, es una decisión que habla de lo que pienso y de lo que creo.
“Con frecuencia se piensa que opinar es adjetivar, pero también se opina exponiendo hechos: de todos los hechos, se escogen unos para contar, y con ellos se cuenta una historia. Ese énfasis, cuenta como opinión”, me contestó el periodista Daniel Coronell cuando le pregunté hace unos años sobre el tema. En ese mismo espacio estuvo el columnista y escritor Ricardo Silva, quien agregó: “No hay que lanzar un comunicado de todo lo que ocurre ni son necesarias las declaraciones constantes: es aconsejable recobrar algo de silencio y reflexión”.
Y yo decidí exponerme a través de las elecciones de las historias que aquí cuento y contaré: que sean los que llevan más de 60 años en este mundo los que me ayuden a decir cosas que creo urgentes para nuestros días: sus reclamos por los valores perdidos que antes reinaron en sus crianzas, la forma en la que resolvieron sus duelos, las maneras en las que les enseñaron a amar, las revoluciones de sus juventudes y las decisiones que tomaron cuando creían que tenían mucho más tiempo del que tienen ahora.
