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Me he preguntado si debo estar preocupada por cómo pueden perjudicar las Inteligencias Artificiales a la escritura literaria. Si seré reemplazada en el futuro por ellas. Le he dado vueltas hablando con colegas, leyendo notas, consultando en redes y en Google. Es decir, en mi proceso natural de escritura he necesitado ayuda humana y tecnológica en la que, al igual que con las AI, hay un grupo de humanos que tuvo que crearla y programarla. De lo contrario, me tomaría mucho más tiempo llegar al mismo resultado y la cantidad de información que podría investigar y procesar sería menor.
Shakespeare escribía sus obras con colaboradores. Capote tenía un ayudante para revisar sus escritos. Borges necesitaba un asistente para transcribir sus ideas y escritos (¿no sería Funes el memorioso una versión anticipada de lo que querría hacerse con las IA?). ¿Por qué habría de angustiarme entonces tener una herramienta adicional? Las IA pueden ayudar, en segundos, con la corrección de estilo, el análisis y conexión de datos, las lluvias de ideas y la investigación, aunque en este último punto aún tienen debilidades, pues sus fuentes no siempre son confiables.
También está el tema del estilo. Lo que he leído generado por IA es un mar de lugares comunes. No solo es debilidad del sistema, pues este se alimenta de bases de datos con conocimiento humano. Somos una fuente inagotable de frases de cajón, pero también de belleza. Para que las IA creen algo original y literario necesitan ser entrenadas por nosotros, como lo hizo el escritor Jorge Carrión para su libro (¿a seis manos?) con Chat GPT 2 y 3: Los campos electromagnéticos. Carrión quiso hablar de “liberar la escritura” por medio de la tecnología abriendo opciones, no de condenarla.
Creo que aquí se encuentra la clave: las IA necesitan una programación, una orden humana para redactar algo. No lo hacen por “voluntad” propia. Nosotros, en cambio, nos movemos impulsados por un deseo egoísta que no podemos explicar a veces, pero que es simplemente nuestra experiencia como seres que viven y que necesitan expresarlo. ¡O leerlo! Al final, también somos los receptores que interpretan lo que consumen y deciden si conversa o no con su propia condición.
Cierro, por ahora, la reflexión con esta frase de Nick Cave en Fragility of life: “Quizás la IA pueda hacer una canción que no se distinga de lo que puedo hacer. Incluso una mejor canción. Pero, para mí, eso no importa, eso no es arte. La IA puede salvar al mundo, pero no puede salvar nuestras almas. Eso es lo que el verdadero arte hace. Esa es la diferencia”.
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